lunes, 12 de abril de 2010

No se pueden quedar callados

Disfruto muchísimo trabajar en el centro de Guayaquil, de hecho creo que no hay (casi) nada que me disguste de esta zona. Me encanta caminar y encontrar en cada esquina un personaje o una historia diferente que contar. Los vendedores ambulantes de cada artículo -desde el "colero" hasta aquel que compra por temporada y siempre rota su mercancía- que tienen su propia tonalidad y ritmo de voz, ese grito que se vuelve tan característico y se convierte en un identificador del personaje.

Solo existe una incomodidad con la que debo lidiar siempre en el centro y creo que no podré librarme nunca ya que la única solución sería siendo hombre (y eso no va a pasar, al menos no durante esta vida).

La situación es la siguiente: no termino de salir de mi oficina y ya me topo con algún peatón (que es lo normal, no estoy pidiendo vivir en una ciudad deshabitada) que muchas veces, es hombre. Si es mujer no importa, pero si es hombre ahí se encuentra el obstáculo. No entiendo qué problema tienen el 90% de las personas de sexo masculino que caminan por el centro que no pueden cerrar la boca y guardarse sus comentarios. Estos van desde silbidos, piropos que pretenden ser románticos, pasan por las frases o refranes chistosos y llegan hasta insultos o comentarios groseros. Es horrible e incómodo; me hacen sentir débil e indefensa. Por dentro quiero explotar y gritarle que respeten, que se callen y cuando estoy con poca paciencia ¡qué ganas de pegarles un puñete! pero no puedo, debo controlarme, no porque "soy una dama" ni cualquier excusa idiota impuesta por la sociedad, sino porque sé que mi mente es muy frágil y fácil de manipular y de cambiar. Sé que minutos después de recibir aquel comentario, me voy a reír de él o lo que sea; de alguna u otra forma ese momento pasará...por eso lo dejo ir.

Lo dejo ir por ese momento, pero lastimosamente se repite, una y otra vez. Recuerdo hace unos meses que salía de la oficina me propuse contabilizar el número de machos (voy a usar esta palabra para que entiendan lo cargada de machismo que está esta actitud de los hombres) que decía algo cuando me cruzaba con él. No había caminado ni tres cuadras y ya llevaba cinco ¿mucho o poco? qué me importa! Lo único que sé es que me di por vencida y decidí que contarlos me iba a amargar más y no quería ese efecto en mí!

No hay ningún objetivo "utilitario" al escribir esta entrada. Solo es un desahogo y tal vez un sentimiento de buscar similares, mujeres que se identifiquen con esto y que si son más ingeniosas que yo, me ayuden con alguna solución que no sea ignorarlos ni insultarlos ni pegarles...no sé qué podría hacer, tal vez como escribi al comienzo, lo más sano es disolver el pensamiento aunque en realidad lo más sano sería que CIERREN LA BOCA.

1 comentario:

Gabriela Jiménez S. dijo...

Querida Isa, la situación no está solo en el centro. Está en cualquier parte de la cuidad, y no solo en las calles. Desde una mirada invasiva, una sonrisa 'coqueta', o un suspiro (en el cuello)... Es un abuso, un irrespeto. El sentimiento de ofensa, de impotencia y en muchas ocasiones de miedo nos limita a responder.
El lado ocuro o malvado (si es que existe) me invita a imaginar con golpear a estos sujetos, pero obviamente no es lo correcto.
¿La solución?
Creo que no está en ignorarlos (aunque a veces sea lo más conveniente, por protección), ni responderles con el típico "idiota" (creo que es ahí donde logran su objetivo). Sino en demostrar que su actitud es incoherente.
Ejemplos: Si te dicen "Hola guapa", tu respondes "Chao FEO"
- "Mijita, venga conmigo"
- "Viejo, no llegas ni a la esquina".
(jajajajajjaja)

Las mujeres no podemos quedarnos pasivas ante esta situación. Creo que podemos empezar por atacar el enorme ego de este tipo de """"machos"""

Gabriela Jiménez S.