Varias veces había visitado centros para niños especiales o lugares donde viven personas con algún tipo de discapacidad, pero lo que viví en AEI (Asociación de Enfermos Incurables) es una experiencia que superó cualquier otra de esa índole. Era el 2008 y fui a este lugar porque quería escribir un tema sobre lo que sucedía en el sitio. Por fortuna mi editora me aceptó la propuesta, entonces fui. El lugar es pequeño se divide en tres sectores: un hospicio, sala de atención para ciertas enfermedades y cuarto con personas con parálisis cerebral. Voy a hablar solo de uno, del último que mencioné. En un espacio amplio estaban alrededor de 10 cunas (no recuerdo con exactitud la cifra pero más abajo pegaré el link del artículo que se publicó donde están los datos con mayor precisión) en ellas acostados niños y adolescentes con parálisis cerebral. Científicamente no recuerdo exactamente porqué se produce este problema pero sin dar muchos detalles podría describir a estos chicos si un bebé de meses de nacido esté encerrado en un cuerpo mucho más grande (creo que el mayor tenía alrededor de 20 años). Unas enfermeras los ayudan a comer, a limpiarse, a tomar agua, a todo, literalmente a todo porque ellos carecen de motricidad y creo que muchos de ellos incluso de visión. Cuando me acercaba a verlos junto con la dueña del sitio sentía un dolor tremendo en el pecho, algo totalmente indescriptible; un sabor amargo que se estancaba en mi garganta y me provocaba llorar. Primero porque creo que vivir con un estado mental así debe ser casi un infierno, a pesar de que muchos piensen que ellos no comprenden lo que sucede, yo estoy seguro que hay un entendimiento de que están vivos y quisieran salir corriendo de ese cuerpo que los aprisiona. Muy aparte de su situación física y mental está la implicación social, la que más me indignó talvez. Todos ellos viven en AEI y la fundación los ha adoptado porque de alguna u otra manera ellos han sido abandonados por sus padres. Unas historias eran más desgarradoras que las otras. Recuerdo que salí del lugar cabizbaja, demasiado meditabunda y muda. No quería hablar con nadie, llegué al diario y no quería escribir; conversé con un amigo a quién le comenté mi estado y me dijo que no lo haga que no escriba. Pero yo no podía si había sido quien propuso el tema y no podía fallar. Entonces me senté e intenté empezar el texto pero no lo logré. Por fortuna ya era fin de la jornada laboral y el tema se publicaba en dos días. Salí del trabajo y la primera persona que vi fue a mi mami. Entonces se me humedecieron los ojos y empecé a llorar, ella no entendía qué me pasaba, empezó a preguntarme de todos los temas pero jamás se imaginó que era por eso. En realidad yo tampoco entendía o entiendo hasta el día de hoy porqué eran las lágrimas. Mi hipótesis más cercana es la impotencia. Esas ganas de poder hacer algo, de querer solucionarlo pero de no poder porque una vez más no está dentro de mis manos. Lo que hice fue escribirlo a pesar del dolor que sentía. Sinceramente no sé qué otro objetivo, además de mostrar realidades, generó el hecho que haya escrito el artículo. Tal vez el propósito fue personal y no laboral. Tenía que vivir eso para entender más el sufrimiento, puede ser. Solo sé que debo ser un poco más fuerte cuando me disponga a cubrir ese tipo de situaciones, porque no puedo huir del dolor ajeno sino de alguna forma ayudar a calmarlo.
Este es el link del artículo que se publicó, para mí inolvidable:
http://www.telegrafo.com.ec/diversidad/noticia/archive/diversidad/2008/11/13/Chicos-con-par_E100_lisis-son-abandonados.aspx
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