jueves, 8 de abril de 2010

El sufrimiento de otros

Hace poco me disponía a escribir un tema sobre el sistema de salud pública en Guayaquil, para eso debía recorrer la mayor cantidad de hospitales en los pocos días que me quedaban para cobertura. Alcancé a visitar cuatro en dos días. La idea era que durante estos recorridos yo pueda encontrar historias sobre personas que habían tenido cualquier tipo de problemas en la atención de su salud; desde demoras en la atención hasta falta de medicamentos. Es que hace más de un año que este gobierno promulgó el acceso a la salud gratuita, proceso que supone ser progresivo pero el inmediatismo que caracteriza a los ecuatorianos parece dificultar este proceso.
Me encontraba recorriendo uno de estos hospitales que generalmente su acceso es un poco restringido; no sé de qué manera me "infiltré" y pude caminar libremente sin tener al guardia o a la relacionista pública del centro médico siguiendo mis pasos. Mientras recorría una de los pasillos vi a una pareja de jóvenes que esperaban en una banca, entonces me acerqué. Siempre cuando comienzo el "acercamiento" con la fuente, este depende de mil y un factores, en estos casos el proceso es mucho más delicado porque en un hospital y en este caso de niños no hay historias felices precisamente. En fin, los abordé con la pregunta que había repetido más de diez veces ese día: ¿Cómo así están aquí? ¿Qué están esperando? (por supuesto que la formulación de la pregunta no la recuerdo exactamente y procuré tener tino, no solo porque esa es la única forma de que la persona se "abra" contigo sino porque más que nada siempre respeto la privacidad de las personas aunque parezca osado mi comentario como periodista quien "vive" de preguntarle a los demás). La mujer tenía lágrimas en sus ojos y cuando me percaté de eso ya era demasiado tarde, ya había hablado. El hombre me miró y me dijo "estamos aquí desde hace un rato". Pero no decía nada más, entonces me equivoqué (de nuevo) en repreguntar. Y él respondió que estaban esperando a su hijo; correción el cuerpo de su hijo. Mi organismo se descompuso al oir esa respuesta y no encontré mejor cosa que dar mi pésame. Ella no es que lloraba desconsoladamente pero su rostro emanaba una tristeza impresionanete. Yo tenía un nudo en la garganta. El padre empezó a explicar: nació en noviembre (era marzo) pero con una deformación entonces ha vivido sus días dentro de este hospital. Y agregó: "la mamá es quien ha estado durmiendo aquí todos los días durante los cuatro meses". La forma de hablar de él y la situación en general(una pareja joven de clase socioeconómica baja con un niño que nació con muchos problemas)me dio la impresión que ellos estaban separados o no estuvieron jamás "unidos", solo que él en ese momento se encontraba consolándola a ella. Talvez el momento más desgarrador fue cuando él mencionó que había mandado a comprar el ataúd; yo pensé en el tamaño de esa casa y no podía contener el llanto. No quise interrumpir más pero no me pude ir sin darles mi consejo desde mi punto de vista de ver la muerte y de ver la vida en general. Les dije que ese niño había nacido para darles una lección a ellos para enseñarles algún aspecto de esta vida y que debían estar tranquilos porque él estaba bien y mejor que se haya ido a que sufra acá en el mundo. Terminé mi intervención y me quité mi collar bendecido que era de una deidad budista que se llama Tara Blanca no quise explicarles los pormenores de lo que significaba, solo resumí que tenía muchas bendiciones y que le iba a otorgar la calma que ella necesitaba. Me levanté del banco y continué mi camino, sentí una pena terrible y el recorrido que tuve en el transcurso del día solo agudizó ese sentimiento. No hay duda que el sufrimiento ajeno es un sentimiento tan consumidor y deprimente....De todas formas creo que es necesario enfrentarnos a esas situaciones, a una sala de hospital donde cada padre acompaña a su hijo en esos difíciles momentos. En un corredor del mismo hospital pude ver cómo una madre de la Sierra (lo sé por su vestimenta) se quedaba dormida en el hombro de su hijo de no más de 10 años. Junto a ellos un niño de tres con suero en su mano y mirada triste. Más allá otro chico en silla de ruedas con la pierna enyesada y también con suero...y así cada escena era más desgarradora que la otra. Todos fuera de una sala esperando algún tipo de examen. Cuando pregunté a un par de madres cuánto tiempo llevaban esperando no me sorprendió la respuesta...entre cuatro y seis horas. Con razón los rostros tanto de los niños como mamás lucían de esa manera. Creo que he interrumpido la redacción de esta entrada muchas veces por eso le perdí el hilo o el sentimiento con el que lo inicié. La verdad no sé si en este momento me sienta lo suficientemente fuerte como para recordar esos momentos en los que la compasión es el único antídoto que me permite solidarizarme con los demás sin involucrarme tanto y me permite de alguna u otra manera, "hacer algo".

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