Una de mis primeras coberturas de 2009 fue en Manta. Viajé para realizar un tema sobre el puerto de esta ciudad que en ese entonces (se supone) que estaba siendo construido por la empresa Hutchinson pero que por un sinnúmero de razones las operaciones se detuvieron y mi "misión" como periodista fue ir a recabar las reacciones de diferentes sectores. Fijé tres entrevistas allá, una de ellas con el presidente del Colegio de Abogados de Manta. A pesar de que ya había ejercido el oficio de periodista un año entero en otro medio de comunicación, siempre existen unos nervios, a veces leves a veces intensos, de entrevistar a determinadas personas. Aunque parezca mentira, esta vez lo que me puso nerviosa fue estar en otra ciudad ajena a la mía (difícil de explicar el sentimiento). En fin, llego a la notaría número X donde se encontraba este personaje. Ingreso a su oficina 2x2 en un segundo piso y ahí se encontraba él. Un hombre de no más de 1.60m de tez morena pero no de raza negra, con la nariz gruesa, rostro sudado pero no con gotas sino brillante como un espejo; manos regordetas decoradas con un par de anillos de "oro" en cada mano. Su guayabera blanca contrastaba con su color de piel y una cadena -de "oro" también- le daba un toque bastante ¿folclórico?
Y bueno...la entrevista como tal fue productiva, es decir él se desahogó conmigo (situación muy recurrente en las fuentes que creen que los periodistas vamos a resolver TODOS sus problemas) y pude obtener datos interesantes para mi nota. Previo a la entrevista, había hablado con él vía telefónica y me había ofrecido invitarme un típico ceviche mantense, pero cuando llegué y me di cuenta que la entrevista iba a ser en su oficina (donde otros cuatro abogados también estuvieron presentes a pesar de que no había sillas suficientes contemplaban la entrevista de pie)pensé "¡bien! se olvidó de la invitación". Pero no; me equivoqué. Se acabó e insistió en llevarme a ese conocido restaurante para que pruebe "lo delicioso que son los ceviches de allá".
Fuimos. Era una cevichería, no como la Lojanita (con dudosos registros sanitarios) ni tampoco como un restaurante tipo Amazon; era término medio. Un lugar decente, de dos pisos, techado pero con ventanales que daba la impresión de estar en un lugar abierto. Subimos, él (la fuente), el fotógrafo que me acompañaba y tres abogados más que estaban durante la entrevista. Traen la carta y dudo que pedir. Amo los mariscos y realmente me vuelvo más indecisa de lo acostumbrado. Él me recomienda (casi que me obliga) a pedir le ceviche de langostinos. Veo la carta y es (fácil) el plato más caro, pero él insiste (muestra TAN típica de nuestra cultura: querer, de alguna u otra forma, mostrar cuánto tienes porque creen que eso significa cuánto vales).
Todo iba bien. Hasta ahí yo pensaba que había sido una experiencia interesante porque el señor que estaba sentado a mi izquierda -en la cabecera- era todo un personaje, que se expresaba siempre exaltado con una voz ronca.
Nos traen las colas y los ceviches. Mientras me disponía a comer mi primer bocado, él tose y "limpia" su garganta flemosa. Ese simple hecho ya había quitado mi apetito, pero no quedo ahí. Él resolvió escupir ese ¿gargajo? en el piso del restaurante!
Yo miré a los demás, esperando reacciones...pero nadie, solo yo me sentí ofendida (o no sé qué) por ese gesto. Por educación tuve que continuar con mi almuerzo. Intentaba pensar en la inmortalidad del cangrejo, en el sabor del langostino y hasta en el fuerte olor a cebolla (que generalmente odio)...todo para no pensar en la saliva que yacía en el piso junto a mí. Creo que hice un buen trabajo, nadie notó mi asco y desagrado; como periodista tal vez he desarrollado la característica de saber disimular...la seguiré cultivando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario