Para postularme a un taller sobre periodismo me pidieron: Una autobiografía, de máximo 800 palabras, que haga énfasis en la experiencia periodística personal y en las motivaciones para asistir al taller. A pesar de que en otras entradas he omitido los nombres de los medios en que he trabajado, aquí los revelo. No hay secretos, esto es un blog y al fin y al cabo para eso sirve, para poder escribir lo que no puedo "allá".
Aquí va:
El primero de marzo de 1988 llegué a este mundo y mis padres –Marta y Enrique- me llamaron Isabela. Mi hermana Cristina me acompañó desde pequeña en mis experiencias que definieron los modos en que vivo mi vida. Desde temprana edad, los mayores me catalogaban como curiosa, quería saber todo; preguntaba tanto que llegaba a cansar con mis cuestionamientos. Conversar siempre fue una práctica que disfruté al máximo, pero estas charlas no solo eran sobre temas triviales sino que también me interesaban los temas existenciales.
Entre las experiencias que viví de niña que influyeron al momento de elegir mi profesión años más tarde, figuran las visitas que realizaba –junto a mis padres- a asilos y escuelas de niños de nivel socioeconómico bajo. Durante estos encuentros me mostraba interesada en compartir con ellos.
Durante mis estudios procuré rendir de la mejor forma posible. Estaba consciente, y aún lo estoy, que para obtener un resultado que me satisfaga, debo poner todo de mi parte; es mi filosofía al momento de trabajar. Creo que mi deseo de aprender sobre diferentes temas es lo que me ha mantenido activa siempre.
Este aprendizaje constante fue una de las razones que me enganchó para elegir al periodismo como profesión. Al graduarme no estaba segura qué iba a estudiar, solo sabía que cualquiera que fuese la profesión que elija esta tenía que –de alguna manera- beneficiar a terceros. Las opciones se resumieron a dos: leyes, porque quería defender a los otros, y periodismo porque la vi como una puerta para realizar esta suerte de “misión de vida”.
Entonces tomé la decisión de estudiarla pero luego descubrí que la palabra estudiar no es suficiente para describir lo que significa el periodismo. Conocer la teoría fue interesante, pero el punto de quiebre se dio cuando comencé a trabajar en un medio. Fue en Diario El Telégrafo. Recuerdo mi primer día con claridad; como el diario estaba reestructurándose, mi editora directa no se encontraba, quedé a cargo del coordinador de sección. Él, en su afán de que “haga algo” mientras estresado resolvía otros asuntos, me propuso que vaya a los Juzgados de la Niñez y Adolescencia y encuentre los problemas de las madres que cobran la pensión alimenticia.
Fue mi primera salida a la calle, sola y sin saber exactamente la dirección del sitio donde debía ir; como era cerca me indicaron que camine. Al llegar, los nervios aumentaron y se sumó el miedo; este se rompió cuando me atreví a cruzar esa barrera que me impedía acercarme a aquellas mujeres haciendo largas filas fuera del edificio. Empecé a conversar, a preguntarles sobre su percepción del servicio que ofrecían los juzgados, y así me fui soltando y pasé una par de horas en compañía de las señoras.
En ese primer encuentro aprendí varias cosas que en las siguientes reporterías se repitieron. Noté como las personas al descubrir que era periodista, sentían cierto apoyo de mi parte y comenzaban a narrarme sus problemas con el afán de que yo pueda ayudarlas a resolverlos. Me di cuenta que la responsabilidad que llevaba en mis manos aumentaba a medida que me involucraba más con las historias.
Durante casi un año tuve la fortuna de trabajar para dos secciones que abarcaban un área del periodismo fascinante. Zona Ciudadana intentaba recoger historias de ciudadanos cuyos derechos hayan sido vulnerados; mediante reportajes se denunciaban estas irregularidades. Y Diversidad, la otra sección, otorgaba un espacio para los grupos más vulnerables de la sociedad. Compartir momentos con gente variada -con Síndrome de Down, ceguera, o incluso transexuales- me enseñó que esta diversidad que nos rodea debe ser mostrada y como periodista es mi deber visibilizarla. Durante esta etapa también conocí a Kapuscinski y me enamoré de él; lo tomé como mi mejor referente.
Debido a las exigencias de mis estudios, abandoné el periódico -luego de onces meses- y pasé a la revista Vistazo. Los temas que tuve que abordar allí eran de otra índole; la sección se denomina País y trata temas de actualidad. En Vistazo los retos fueron diferentes, aprendí a investigar temas más complejos presentes en el ámbito político pero también intenté –y creo que logré con cierto éxito- proponer tópicos con tinte social. Mi gusto y preocupación por estos temas llevaron a que mis colegas me cataloguen como la periodista con conciencia social (y luego ecológica porque era la única que me preocupaba por tomar en cuenta esa área).
Me desvinculé de la revista para tener más tiempo de realizar mi tesis de grado, pero sigo colaborando como freelance. Considero que estoy en una etapa clave de mi carrera, a cuatro meses de graduarme pero con ganas de seguir aprendiendo. Admiro a Miguel Ángel y sé que sería el mejor profesor para reafirmar mis conocimientos y por supuesto mejorar en todo lo que pueda.
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