Entrevistar a un personaje de Cartagena, "alguien que tenga algo que contar" fue la consigna del profesor. Elegí visitar la cárcel. Llevaba tres semanas en aquella ciudad y conocía menos de la décima parte de su territorio. Peor aún, sentía que conocía solo lo bonito, lo turístico, las postales.
Elegí ir a la cárcel; sabía que ahí encontraría más de una historia para contar. Al comienzo tenía planeado conversar con los guardias del lugar, me parece un trabajo interesante, creo que son personas que guardan muchas historias durante su vida. Pero los guardias de seguridad son OTRA historia.
Llegué al sitio, la cárcel de mujeres de Cartagena, y a diferencia de la única cárcel que conozco (la penitenciaría de hombres del litoral en Guayaquil) el ambiente se sentía muy relajado.
Hay 55 presas pero prefiero decirle mujeres privadas de su libertad porque ese término o reas me parece muy fuerte. No estoy escribiendo en ningún medio así que aquí me permito los eufemismos. Recorrí la estructura de cemento. Blanca.
Relativamente amplia. Unas cinco mesas plásticas esparcidas en el sitio. Unas 15 mujeres sentadas en sillas; unas conversando, otras tejiendo y otras simplemente mirando por la ventana. Ese lugar de descanso hace las veces de sala de estar, pero ahí no duermen. Detrás de él hay un corredor, ahí sí hay rejas...y diez celdas. Las mujeres duermen dividas de acuerdo a una organización un tanto arbitraria. Es decir la cantidad por celda no solo depende del tamaño de esta sino de la relación que tengan ellas. Al final de las celdas que están a los lados, hay dos más, de frente. En cada una habita solo una persona; ellas son las que han estado más tiempo en la penitenciaría y pidieron su espacio a solas.
El ambiente que se respira no es de tensión, es tranquilo, incluso un poco triste, por momentos de depresión. En mi recorrido por las instalaciones saludo a una de ellas. Sentada en una silla plástica tejía un gorro frente a una ventana por donde entraba mucha luz. Saludo pero no respondo; se para y yo le digo que no se preocupe y me voy. La incomodé y me sentí terrible. Invadí su espacio, su único espacio.
Tuve la oportunidad de conversar con una de las reas, Mercy, la que lleva más tiempo en la cárcel. Mientras hablábamos sacó una caja de madera pintada con varios colores, dentro de ella guardaba decenas de pares de aretes que ella y otras de sus compañeras habían confeccionado días atrás. Mientras arreglábamos los aretes comenzamos a conversar. No podía dejar de sentir compasión, cierta empatía con ella...sabía que mi razón de estar ahí era cumplir con una tarea pero cuando estás frente a alguien que sabes que solo recibe visitas los domingos y que lleva más de cuatro años dentro de un mismo sitio, es imposible que tu labor de periodista se limite a eso.
No sé porqué escribo estas líneas, tal vez sea para compartir cómo es aquel sitio o simplemente es un desahogo de cómo me sentí en ese momento. Valoré, una vez más, mi libertad. Pero no desde el punto de vista de "puedo hacer lo que quiero" sino literalmente poder movilizarme y no tener alguien o algo que me lo impida. Me dijo que un día se levantó de madrugada y vio el techo se viró y vio las paredes -las mismas de hace cuatro años- y al darse cuenta que no podía salir porque su reja estaba con candado, comenzó a gritar.
Me contó muchas cosas más, que en vez de contarlas en esta entrada, las pueden leer en esta: http://bit.ly/9TIazz. Hablamos durante tres horas. Le compré tres pares de aretes, al final ella me regaló un rosario creado por ella.
Anécdotas, vivencias, pensamientos, ideas, opiniones, locuras, reflexiones, conclusiones y demás (inpublicables en medios oficiales) de una periodista
domingo, 29 de agosto de 2010
sábado, 28 de agosto de 2010
Cada uno vive su propia cárcel
Mercy Capre es la interna de mayor antigüedad en la penitenciaría de mujeres en Cartagena. No se lamenta mientras cumple sus cuatro años y medio de condena.
“Mi habitación es al final del pasillo, la última”, expresa Mercy Capre mientras señala una de las diez celdas de la cárcel de mujeres de Cartagena. Las cincuenta presas que cumplen su condena en este penal se distribuyen de acuerdo al tamaño de las celdas; en las más amplias duermen seis o siete, en las más pequeñas tres o cuatro. Ella tiene una individual: “me la dieron hace dos años porque me he portado bien”. Prefiere llamarla habitación porque no le gusta acordarse que está en la cárcel.
Llegó hace cuatro años y medio, un 23 de diciembre. “El primer mes fue de luto. Pero cuando me di cuenta de que empezaría otra vida me dije ‘tengo que aprovechar el tiempo acá’; cada uno vive su propia cárcel y yo no quiero que mi estadía sea un desperdicio”. Desde hace un año y medio es la encargada de la venta de artesanías de sus compañeras. De 8h00 a 17h00 se traslada afuera del penal y bajo una carpa azul, custodiada por un guardia, arma su local de venta de aretes, pulseras, muñecas, porta aretes, cajitas decoradas; todas son manualidades elaboradas por las internas. No solo vende para mantenerse distraída sino que sus ocho horas diarias laborables sirven para reducir su condena. El sistema carcelario de Colombia cuenta con este sistema en el que las presas pueden acortar su tiempo en el penal de acuerdo a su comportamiento y actividades productivas que realicen.
En enero de 2006 se inscribió en un curso de pintura para telas. Fue el primero de muchos, no recuerda cuántos han sido, pero intenta calcular contándolos con sus dedos: punto de cruz, artesanías, enfermería, maquillaje, conciliación. El que nunca olvida fue el de bachiller: “hice los dos años que me faltaban de secundaria. El día de la graduación la directora del penal me dio permiso para ir a reclamar mi diploma”.
Los talleres y demás actividades para las internas son y opcionales; ella los ha cursado todos. Lo que aprenden lo plasman en sus creaciones y ella lo vende. “Tengo que ganar algo para comprarme mis cositas, mi champú, desodorante y si me da hambre de noche tener para un pancito”. En el penal les proporcionan tres comidas diarias; los artículos de aseo, en cambio, corren por su cuenta. Aunque carece de ingresos fijos, calcula que gana entre 150 y 200 mil pesos al mes que invierte en comprar nuevos materiales para sus manualidades y aún puede guardar una parte para sus hijos. Tiene cuatro (19, 18, 8 y 7). “Cuando me fui los dejé chiquititos”, cuenta la madre soltera de 37 años mientras enseña un par de fotografías pegadas en la pared.
Separarse de su familia fue lo más difícil; lo sigue siendo. Por eso espera con ansias el domingo, día de visitas. “Solo vienen mis hijos porque aquí se perdió la tía, la prima, la amiga; mi madre ha venido pocas veces porque dice que le hace mal”. Disfruta las visitas y odia cuando se acaban. Jose, el único hombre y el menor, siempre protesta a la hora de irse. “Yo no te voy a pedir nada, solo me quiero quedar me dice Jose y hace escandalosas pataletas; unas compañeras lloran cuando lo ven llorar a él…me da muchísima pena”. Cree que su madre vive en un hospital, ella dice que es muy pequeño para entender la situación y prefiere engañarlo para no lastimarlo más. Se le corta la voz pero se consuela repitiendo que ya falta poco para regresar a casa. Hace tres días le entregaron sus papeles de libertad, están en proceso de revisión y debe esperar entre dos y cuatro semanas para salir.
Para no “pensar tanto” ocupa su tiempo leyendo. Le gustan las novelas románticas pero ahora lee “Los pájaros”, una novela que Alfred Hitchcock llevó al cine. “Me gustan sus películas de terror; entonces quise leerlo también”, cuenta riéndose. Desde que está en la cárcel ha leído seis veces la Biblia, asegura que antes yacía en un estante de su casa y “servía para proteger su hogar”. Ahora se ha convertido en su apoyo y confiesa haberse reencontrado con el Señor; acude a la misa que celebra todos los martes un cura que las visita. “Por algo estoy aquí, algo me iba a pasar ahí afuera; Él sabe lo que hace”.
Cuando se siente intranquila se arrodilla y le pide paz. Siempre ha funcionado menos en una ocasión. “Una solita vez a la 1 de la mañana me levanté y me vi encerrada en el cuartito, sentí que se me bajaba algo y empecé a gritar de la desesperación; me sacaron del cuarto porque me estaba asfixiando”. Confiesa que a ratos sí se desespera, como cuando su hija la llamó y le avisó que la hermana menor estaba muy enferma en el hospital. “No me dieron permiso para visitarla (cuando lo pido con anticipación si me lo conceden), por varios días no pude dormir y el doctor me mandó unas pastillas para la ansiedad”.
Intenta mantenerse ocupada para que no surjan los pensamientos de encierro y desesperación. Desde hace un año que es presidenta del Comité de Derechos Humanos y actúa como mediadora entre la directora y sus compañeras. Cada celda tiene una representante que le informa de si se presenta algún inconveniente entre ellas. “Solucionamos el problema antes de que salga de las rejas”. Se reúnen para conversar y llegar a un acuerdo: “me encanta participar como mediadora y ayudarlas”.
¿Qué harás cuando salgas? “Dormir, dormir, dormir y dormir”, responde riendo. En la cárcel se dio cuenta que cuando estaba libre se concentraba demasiado en su trabajo y no aprovechaba los momentos con su familia. “Voy a recuperar el tiempo perdido con mis hijos y seguiré refugiándome en el Señor”. Dice que regresará a la cárcel, “pero de visita, tengo muy buenas amigas acá que no quisiera perder ni que ellas me olviden”.
“Mi habitación es al final del pasillo, la última”, expresa Mercy Capre mientras señala una de las diez celdas de la cárcel de mujeres de Cartagena. Las cincuenta presas que cumplen su condena en este penal se distribuyen de acuerdo al tamaño de las celdas; en las más amplias duermen seis o siete, en las más pequeñas tres o cuatro. Ella tiene una individual: “me la dieron hace dos años porque me he portado bien”. Prefiere llamarla habitación porque no le gusta acordarse que está en la cárcel.
Llegó hace cuatro años y medio, un 23 de diciembre. “El primer mes fue de luto. Pero cuando me di cuenta de que empezaría otra vida me dije ‘tengo que aprovechar el tiempo acá’; cada uno vive su propia cárcel y yo no quiero que mi estadía sea un desperdicio”. Desde hace un año y medio es la encargada de la venta de artesanías de sus compañeras. De 8h00 a 17h00 se traslada afuera del penal y bajo una carpa azul, custodiada por un guardia, arma su local de venta de aretes, pulseras, muñecas, porta aretes, cajitas decoradas; todas son manualidades elaboradas por las internas. No solo vende para mantenerse distraída sino que sus ocho horas diarias laborables sirven para reducir su condena. El sistema carcelario de Colombia cuenta con este sistema en el que las presas pueden acortar su tiempo en el penal de acuerdo a su comportamiento y actividades productivas que realicen.
En enero de 2006 se inscribió en un curso de pintura para telas. Fue el primero de muchos, no recuerda cuántos han sido, pero intenta calcular contándolos con sus dedos: punto de cruz, artesanías, enfermería, maquillaje, conciliación. El que nunca olvida fue el de bachiller: “hice los dos años que me faltaban de secundaria. El día de la graduación la directora del penal me dio permiso para ir a reclamar mi diploma”.
Los talleres y demás actividades para las internas son y opcionales; ella los ha cursado todos. Lo que aprenden lo plasman en sus creaciones y ella lo vende. “Tengo que ganar algo para comprarme mis cositas, mi champú, desodorante y si me da hambre de noche tener para un pancito”. En el penal les proporcionan tres comidas diarias; los artículos de aseo, en cambio, corren por su cuenta. Aunque carece de ingresos fijos, calcula que gana entre 150 y 200 mil pesos al mes que invierte en comprar nuevos materiales para sus manualidades y aún puede guardar una parte para sus hijos. Tiene cuatro (19, 18, 8 y 7). “Cuando me fui los dejé chiquititos”, cuenta la madre soltera de 37 años mientras enseña un par de fotografías pegadas en la pared.
Separarse de su familia fue lo más difícil; lo sigue siendo. Por eso espera con ansias el domingo, día de visitas. “Solo vienen mis hijos porque aquí se perdió la tía, la prima, la amiga; mi madre ha venido pocas veces porque dice que le hace mal”. Disfruta las visitas y odia cuando se acaban. Jose, el único hombre y el menor, siempre protesta a la hora de irse. “Yo no te voy a pedir nada, solo me quiero quedar me dice Jose y hace escandalosas pataletas; unas compañeras lloran cuando lo ven llorar a él…me da muchísima pena”. Cree que su madre vive en un hospital, ella dice que es muy pequeño para entender la situación y prefiere engañarlo para no lastimarlo más. Se le corta la voz pero se consuela repitiendo que ya falta poco para regresar a casa. Hace tres días le entregaron sus papeles de libertad, están en proceso de revisión y debe esperar entre dos y cuatro semanas para salir.
Para no “pensar tanto” ocupa su tiempo leyendo. Le gustan las novelas románticas pero ahora lee “Los pájaros”, una novela que Alfred Hitchcock llevó al cine. “Me gustan sus películas de terror; entonces quise leerlo también”, cuenta riéndose. Desde que está en la cárcel ha leído seis veces la Biblia, asegura que antes yacía en un estante de su casa y “servía para proteger su hogar”. Ahora se ha convertido en su apoyo y confiesa haberse reencontrado con el Señor; acude a la misa que celebra todos los martes un cura que las visita. “Por algo estoy aquí, algo me iba a pasar ahí afuera; Él sabe lo que hace”.
Cuando se siente intranquila se arrodilla y le pide paz. Siempre ha funcionado menos en una ocasión. “Una solita vez a la 1 de la mañana me levanté y me vi encerrada en el cuartito, sentí que se me bajaba algo y empecé a gritar de la desesperación; me sacaron del cuarto porque me estaba asfixiando”. Confiesa que a ratos sí se desespera, como cuando su hija la llamó y le avisó que la hermana menor estaba muy enferma en el hospital. “No me dieron permiso para visitarla (cuando lo pido con anticipación si me lo conceden), por varios días no pude dormir y el doctor me mandó unas pastillas para la ansiedad”.
Intenta mantenerse ocupada para que no surjan los pensamientos de encierro y desesperación. Desde hace un año que es presidenta del Comité de Derechos Humanos y actúa como mediadora entre la directora y sus compañeras. Cada celda tiene una representante que le informa de si se presenta algún inconveniente entre ellas. “Solucionamos el problema antes de que salga de las rejas”. Se reúnen para conversar y llegar a un acuerdo: “me encanta participar como mediadora y ayudarlas”.
¿Qué harás cuando salgas? “Dormir, dormir, dormir y dormir”, responde riendo. En la cárcel se dio cuenta que cuando estaba libre se concentraba demasiado en su trabajo y no aprovechaba los momentos con su familia. “Voy a recuperar el tiempo perdido con mis hijos y seguiré refugiándome en el Señor”. Dice que regresará a la cárcel, “pero de visita, tengo muy buenas amigas acá que no quisiera perder ni que ellas me olviden”.
martes, 17 de agosto de 2010
Malicia
Lo sospeché desde un principio. Cuando miré atrás y me di cuenta que mis motivaciones para elegir el periodismo se resumían en ayudar a los otros, noté que no estaba en la misma sintonía que el resto. Me sucedió en una sala con 17 periodistas; discutían sobre el límite que no debe cruzar un periodista para no involucrarse con el entrevistado. Esto, porque suele pasar, que nos "encariñamos" demasiado con él o ella y le creemos todo. Tiene demasiada lógica el planteamiento, pero como ser humano, mis sentimientos -casi siempre- priman sobre la razón...y sé que hay ocasiones que debería ser lo contrario, lo sé.
Tuve que escribir una entrevista romanceada y las críticas de los demás apuntaban a que me dejé convencer por el personaje, que debí ser más escéptica y fría. No se trataba de un tema coyuntural, de política o de información que debes "saber extraer" del entrevistado, era un entrevista que buscaba el lado humano de alguien que sí tenía sus secretos y que al parecer no logré obtener. Creo que me los contó a medias, pero también creo que en ese momento no me importó. Fue mi error. Me di cuenta después de lo que había hecho y todas las opiniones con respecto a la entrevista apuntaban a que "no estaba mal" pero que le faltaba "malicia". Que horrible palabra y qué pena que ese sea el ingrediente que debo agregar a mi forma de hacer periodismo. "Desconfía de las personas, duda de todo"...yo sé, yo sé...pero a veces me harto de eso, a veces no me gusta pensar lo peor de todo. Me gustaría poder controlar mejor esa falencia.
Tuve que escribir una entrevista romanceada y las críticas de los demás apuntaban a que me dejé convencer por el personaje, que debí ser más escéptica y fría. No se trataba de un tema coyuntural, de política o de información que debes "saber extraer" del entrevistado, era un entrevista que buscaba el lado humano de alguien que sí tenía sus secretos y que al parecer no logré obtener. Creo que me los contó a medias, pero también creo que en ese momento no me importó. Fue mi error. Me di cuenta después de lo que había hecho y todas las opiniones con respecto a la entrevista apuntaban a que "no estaba mal" pero que le faltaba "malicia". Que horrible palabra y qué pena que ese sea el ingrediente que debo agregar a mi forma de hacer periodismo. "Desconfía de las personas, duda de todo"...yo sé, yo sé...pero a veces me harto de eso, a veces no me gusta pensar lo peor de todo. Me gustaría poder controlar mejor esa falencia.
miércoles, 4 de agosto de 2010
Brevísima autobiografía
Para postularme a un taller sobre periodismo me pidieron: Una autobiografía, de máximo 800 palabras, que haga énfasis en la experiencia periodística personal y en las motivaciones para asistir al taller. A pesar de que en otras entradas he omitido los nombres de los medios en que he trabajado, aquí los revelo. No hay secretos, esto es un blog y al fin y al cabo para eso sirve, para poder escribir lo que no puedo "allá".
Aquí va:
El primero de marzo de 1988 llegué a este mundo y mis padres –Marta y Enrique- me llamaron Isabela. Mi hermana Cristina me acompañó desde pequeña en mis experiencias que definieron los modos en que vivo mi vida. Desde temprana edad, los mayores me catalogaban como curiosa, quería saber todo; preguntaba tanto que llegaba a cansar con mis cuestionamientos. Conversar siempre fue una práctica que disfruté al máximo, pero estas charlas no solo eran sobre temas triviales sino que también me interesaban los temas existenciales.
Entre las experiencias que viví de niña que influyeron al momento de elegir mi profesión años más tarde, figuran las visitas que realizaba –junto a mis padres- a asilos y escuelas de niños de nivel socioeconómico bajo. Durante estos encuentros me mostraba interesada en compartir con ellos.
Durante mis estudios procuré rendir de la mejor forma posible. Estaba consciente, y aún lo estoy, que para obtener un resultado que me satisfaga, debo poner todo de mi parte; es mi filosofía al momento de trabajar. Creo que mi deseo de aprender sobre diferentes temas es lo que me ha mantenido activa siempre.
Este aprendizaje constante fue una de las razones que me enganchó para elegir al periodismo como profesión. Al graduarme no estaba segura qué iba a estudiar, solo sabía que cualquiera que fuese la profesión que elija esta tenía que –de alguna manera- beneficiar a terceros. Las opciones se resumieron a dos: leyes, porque quería defender a los otros, y periodismo porque la vi como una puerta para realizar esta suerte de “misión de vida”.
Entonces tomé la decisión de estudiarla pero luego descubrí que la palabra estudiar no es suficiente para describir lo que significa el periodismo. Conocer la teoría fue interesante, pero el punto de quiebre se dio cuando comencé a trabajar en un medio. Fue en Diario El Telégrafo. Recuerdo mi primer día con claridad; como el diario estaba reestructurándose, mi editora directa no se encontraba, quedé a cargo del coordinador de sección. Él, en su afán de que “haga algo” mientras estresado resolvía otros asuntos, me propuso que vaya a los Juzgados de la Niñez y Adolescencia y encuentre los problemas de las madres que cobran la pensión alimenticia.
Fue mi primera salida a la calle, sola y sin saber exactamente la dirección del sitio donde debía ir; como era cerca me indicaron que camine. Al llegar, los nervios aumentaron y se sumó el miedo; este se rompió cuando me atreví a cruzar esa barrera que me impedía acercarme a aquellas mujeres haciendo largas filas fuera del edificio. Empecé a conversar, a preguntarles sobre su percepción del servicio que ofrecían los juzgados, y así me fui soltando y pasé una par de horas en compañía de las señoras.
En ese primer encuentro aprendí varias cosas que en las siguientes reporterías se repitieron. Noté como las personas al descubrir que era periodista, sentían cierto apoyo de mi parte y comenzaban a narrarme sus problemas con el afán de que yo pueda ayudarlas a resolverlos. Me di cuenta que la responsabilidad que llevaba en mis manos aumentaba a medida que me involucraba más con las historias.
Durante casi un año tuve la fortuna de trabajar para dos secciones que abarcaban un área del periodismo fascinante. Zona Ciudadana intentaba recoger historias de ciudadanos cuyos derechos hayan sido vulnerados; mediante reportajes se denunciaban estas irregularidades. Y Diversidad, la otra sección, otorgaba un espacio para los grupos más vulnerables de la sociedad. Compartir momentos con gente variada -con Síndrome de Down, ceguera, o incluso transexuales- me enseñó que esta diversidad que nos rodea debe ser mostrada y como periodista es mi deber visibilizarla. Durante esta etapa también conocí a Kapuscinski y me enamoré de él; lo tomé como mi mejor referente.
Debido a las exigencias de mis estudios, abandoné el periódico -luego de onces meses- y pasé a la revista Vistazo. Los temas que tuve que abordar allí eran de otra índole; la sección se denomina País y trata temas de actualidad. En Vistazo los retos fueron diferentes, aprendí a investigar temas más complejos presentes en el ámbito político pero también intenté –y creo que logré con cierto éxito- proponer tópicos con tinte social. Mi gusto y preocupación por estos temas llevaron a que mis colegas me cataloguen como la periodista con conciencia social (y luego ecológica porque era la única que me preocupaba por tomar en cuenta esa área).
Me desvinculé de la revista para tener más tiempo de realizar mi tesis de grado, pero sigo colaborando como freelance. Considero que estoy en una etapa clave de mi carrera, a cuatro meses de graduarme pero con ganas de seguir aprendiendo. Admiro a Miguel Ángel y sé que sería el mejor profesor para reafirmar mis conocimientos y por supuesto mejorar en todo lo que pueda.
Aquí va:
El primero de marzo de 1988 llegué a este mundo y mis padres –Marta y Enrique- me llamaron Isabela. Mi hermana Cristina me acompañó desde pequeña en mis experiencias que definieron los modos en que vivo mi vida. Desde temprana edad, los mayores me catalogaban como curiosa, quería saber todo; preguntaba tanto que llegaba a cansar con mis cuestionamientos. Conversar siempre fue una práctica que disfruté al máximo, pero estas charlas no solo eran sobre temas triviales sino que también me interesaban los temas existenciales.
Entre las experiencias que viví de niña que influyeron al momento de elegir mi profesión años más tarde, figuran las visitas que realizaba –junto a mis padres- a asilos y escuelas de niños de nivel socioeconómico bajo. Durante estos encuentros me mostraba interesada en compartir con ellos.
Durante mis estudios procuré rendir de la mejor forma posible. Estaba consciente, y aún lo estoy, que para obtener un resultado que me satisfaga, debo poner todo de mi parte; es mi filosofía al momento de trabajar. Creo que mi deseo de aprender sobre diferentes temas es lo que me ha mantenido activa siempre.
Este aprendizaje constante fue una de las razones que me enganchó para elegir al periodismo como profesión. Al graduarme no estaba segura qué iba a estudiar, solo sabía que cualquiera que fuese la profesión que elija esta tenía que –de alguna manera- beneficiar a terceros. Las opciones se resumieron a dos: leyes, porque quería defender a los otros, y periodismo porque la vi como una puerta para realizar esta suerte de “misión de vida”.
Entonces tomé la decisión de estudiarla pero luego descubrí que la palabra estudiar no es suficiente para describir lo que significa el periodismo. Conocer la teoría fue interesante, pero el punto de quiebre se dio cuando comencé a trabajar en un medio. Fue en Diario El Telégrafo. Recuerdo mi primer día con claridad; como el diario estaba reestructurándose, mi editora directa no se encontraba, quedé a cargo del coordinador de sección. Él, en su afán de que “haga algo” mientras estresado resolvía otros asuntos, me propuso que vaya a los Juzgados de la Niñez y Adolescencia y encuentre los problemas de las madres que cobran la pensión alimenticia.
Fue mi primera salida a la calle, sola y sin saber exactamente la dirección del sitio donde debía ir; como era cerca me indicaron que camine. Al llegar, los nervios aumentaron y se sumó el miedo; este se rompió cuando me atreví a cruzar esa barrera que me impedía acercarme a aquellas mujeres haciendo largas filas fuera del edificio. Empecé a conversar, a preguntarles sobre su percepción del servicio que ofrecían los juzgados, y así me fui soltando y pasé una par de horas en compañía de las señoras.
En ese primer encuentro aprendí varias cosas que en las siguientes reporterías se repitieron. Noté como las personas al descubrir que era periodista, sentían cierto apoyo de mi parte y comenzaban a narrarme sus problemas con el afán de que yo pueda ayudarlas a resolverlos. Me di cuenta que la responsabilidad que llevaba en mis manos aumentaba a medida que me involucraba más con las historias.
Durante casi un año tuve la fortuna de trabajar para dos secciones que abarcaban un área del periodismo fascinante. Zona Ciudadana intentaba recoger historias de ciudadanos cuyos derechos hayan sido vulnerados; mediante reportajes se denunciaban estas irregularidades. Y Diversidad, la otra sección, otorgaba un espacio para los grupos más vulnerables de la sociedad. Compartir momentos con gente variada -con Síndrome de Down, ceguera, o incluso transexuales- me enseñó que esta diversidad que nos rodea debe ser mostrada y como periodista es mi deber visibilizarla. Durante esta etapa también conocí a Kapuscinski y me enamoré de él; lo tomé como mi mejor referente.
Debido a las exigencias de mis estudios, abandoné el periódico -luego de onces meses- y pasé a la revista Vistazo. Los temas que tuve que abordar allí eran de otra índole; la sección se denomina País y trata temas de actualidad. En Vistazo los retos fueron diferentes, aprendí a investigar temas más complejos presentes en el ámbito político pero también intenté –y creo que logré con cierto éxito- proponer tópicos con tinte social. Mi gusto y preocupación por estos temas llevaron a que mis colegas me cataloguen como la periodista con conciencia social (y luego ecológica porque era la única que me preocupaba por tomar en cuenta esa área).
Me desvinculé de la revista para tener más tiempo de realizar mi tesis de grado, pero sigo colaborando como freelance. Considero que estoy en una etapa clave de mi carrera, a cuatro meses de graduarme pero con ganas de seguir aprendiendo. Admiro a Miguel Ángel y sé que sería el mejor profesor para reafirmar mis conocimientos y por supuesto mejorar en todo lo que pueda.
Descuido
Cuando me acuerdo de este acontecimiento río con cierto alivio de que haya pasado tanto tiempo y ya no afecte mi sistema nervioso. Por otro lado lo recuerdo con demasiada claridad y salta a mi mente cada vez que debo titular un artículo que sé que se puede prestar para malinterpretaciones.
Me dediqué a investigar cómo los almacenes violaban el derecho que tienen los ciudadanos a devolver los artículos que han comprado si es que éste presenta fallas, al no recibírselos y devolverles el dinero. Primero averigué sobre las denuncias en la Defensoría del Pueblo donde existían estos casos y luego recorrí los almacenes de electrodomésticos ya que descubrí que era en estos donde se presentaban más estos casos.
Durante la reportería, los empleados de estos almacenes me negaban que se podía devolver el artículo comprado (como lo estipula el artículo de la ley de defensa al conusmidor) y cuando intenté hablar con los encargados de los locales o empleados de mayor rango, como siempre, ponían trabas.
Publiqué el artículo y lo titulé algo como "empresas incumplen derecho a devolución" porque mi reportaje explicaba exactamente este tipo de situaciones. Lo que no me percaté fue que el "derecho a devolución" estaba estipulado en la la ley de defensa al consumidor y tenía unos puntos específicos que los almacenes sí cumplían.
Al grano: recibí una llamada del presidente de asociaciones de vendedores de electrodomésticos reclamándome que estaba desprestigiando a estos almacenes sin fundamento. Él me exigía, amparándose en su derecho de réplica, que publique una página retractándome. Le expliqué cómo había hecho el artículo y cómo cada letra escrita era cierta, nada especulativo. Sinceramente: me moría de miedo! Llevaba máximo ocho meses haciendo periodismo y por un momento creí que sería el fin de mi carrera. Por miedo no lo compartí con mi editora de inmediato si no que esperé que se calmen las aguas. No se calmaron, el señor me envió un par de mails que no respondí (el insistía que publique mi disculpa) y también me llamó...no respondí.
Un buen (mal) día mi editora me preguntó quién era Equis persona, que la había llamado a ella a reclamarle. Y me contó la historia. Ahí le confesé lo que pasaba y la primera pregunta fue: "Estás segura que todo lo que escribiste es cierto?" Respondí asintiendo. Por ese lado, siempre estuve aliviada, pero temía que no me dejen escribir más o que el señor demande al diario...alguna situación más drástica.
La solución: llamé a un abogado de la Defensoría a quien le planteé el problema y fue él quien me tranquilizó y explicó que el salto del presidente de esta asociación era porque mi título aludía a un derecho que ellos cumplen -en parte- y que de hecho podía prestarse a malinterpretación.
Al final todo se solucionó, yo no publiqué la "disculpa" pública porque tras el asesoramiento descubrí que no era necesaria, que todo lo escrito estaba en orden. Lo que aprendí fue a ser más precavida de lo normal...creo que es una característica que todos los periodistas debemos tener y que lastimosamente algunos descuidamos. Por eso es que existe el fe de erratas, sé que todos podemos equivocarnos, pero los periodistas debemos hacerlo menos!
Me dediqué a investigar cómo los almacenes violaban el derecho que tienen los ciudadanos a devolver los artículos que han comprado si es que éste presenta fallas, al no recibírselos y devolverles el dinero. Primero averigué sobre las denuncias en la Defensoría del Pueblo donde existían estos casos y luego recorrí los almacenes de electrodomésticos ya que descubrí que era en estos donde se presentaban más estos casos.
Durante la reportería, los empleados de estos almacenes me negaban que se podía devolver el artículo comprado (como lo estipula el artículo de la ley de defensa al conusmidor) y cuando intenté hablar con los encargados de los locales o empleados de mayor rango, como siempre, ponían trabas.
Publiqué el artículo y lo titulé algo como "empresas incumplen derecho a devolución" porque mi reportaje explicaba exactamente este tipo de situaciones. Lo que no me percaté fue que el "derecho a devolución" estaba estipulado en la la ley de defensa al consumidor y tenía unos puntos específicos que los almacenes sí cumplían.
Al grano: recibí una llamada del presidente de asociaciones de vendedores de electrodomésticos reclamándome que estaba desprestigiando a estos almacenes sin fundamento. Él me exigía, amparándose en su derecho de réplica, que publique una página retractándome. Le expliqué cómo había hecho el artículo y cómo cada letra escrita era cierta, nada especulativo. Sinceramente: me moría de miedo! Llevaba máximo ocho meses haciendo periodismo y por un momento creí que sería el fin de mi carrera. Por miedo no lo compartí con mi editora de inmediato si no que esperé que se calmen las aguas. No se calmaron, el señor me envió un par de mails que no respondí (el insistía que publique mi disculpa) y también me llamó...no respondí.
Un buen (mal) día mi editora me preguntó quién era Equis persona, que la había llamado a ella a reclamarle. Y me contó la historia. Ahí le confesé lo que pasaba y la primera pregunta fue: "Estás segura que todo lo que escribiste es cierto?" Respondí asintiendo. Por ese lado, siempre estuve aliviada, pero temía que no me dejen escribir más o que el señor demande al diario...alguna situación más drástica.
La solución: llamé a un abogado de la Defensoría a quien le planteé el problema y fue él quien me tranquilizó y explicó que el salto del presidente de esta asociación era porque mi título aludía a un derecho que ellos cumplen -en parte- y que de hecho podía prestarse a malinterpretación.
Al final todo se solucionó, yo no publiqué la "disculpa" pública porque tras el asesoramiento descubrí que no era necesaria, que todo lo escrito estaba en orden. Lo que aprendí fue a ser más precavida de lo normal...creo que es una característica que todos los periodistas debemos tener y que lastimosamente algunos descuidamos. Por eso es que existe el fe de erratas, sé que todos podemos equivocarnos, pero los periodistas debemos hacerlo menos!
martes, 3 de agosto de 2010
Tiempo de prueba
En abril sufrí una pseudo crisis de profesión. Varios factores influyeron para que me dé cuenta que el periodismo está contaminado en la mayoría de sitios, que son pocas las excepciones de quienes lo ejercen de una manera entregada.
Me alejé por un par de meses de él, pero de alguna u otra manera julio fue un mes positivo, de reencuentro con el oficio. Para mi tesis de la U tuve que escribir crónicas urbanas, perfiles sobre personajes que trabajan en las calles. Para esto dediqué varios días de reportería que me hicieron recordar cuánto me encanta estar fuera de una oficina, cómo disfruto escribir y contar este tipo de historias.
A mediados de ese mes me enteré que me aceptaron en un taller de periodismo, que duraba un mes y era en otra ciudad. Me vine, sigo acá y aquí es donde esa leve crisis que sentí en abril, ha resurgido. Pero esta vez ha sido diferente porque mis dudas son producto de los comentarios de un reconocido periodista quien dicta el taller.
- Que el periodismo es para contar lo que está mal no lo que está bien
- Que el periodismo no es para cambiar a la sociedad, que si en el camino eso pasa, bien, pero que no es su misión
- Que el periodista no puede involucrarse con la causa, sino contar lo que sucede pero no ser activista
Entiendo que todas estas posturas son porque el periodista es un profesional que le debe a su lector, le debe una información clara, no sesgada y real. Sé que la realidad no existe, que hay muchas...pero tengo la obligación de no engañar a quien me lee. Digo esto en referencia al comentario del activismo. Es cierto que si me involucro demasiado con una causa, luego se reflejará en mi texto esa inclinación, pero en la práctica se me complica este distanciamiento con el tema. En próximas entradas contaré anécdotas en las que he terminado, de alguna u otra forma, involucrándome con lo que he escrito. Es que, sinceramente, no lo concibo de otra manera. Mi tema se publica, sin sesgos, como una profesional. Pero yo, como civil y persona con sentimientos (dejando a un lado la profesión fría) no puedo quedarme con los brazos cruzados. Si me entero de algo que sé que puedo ayudar, ¿por qué no hacerlo?
De nuevo me pregunto, ¿habré elegido bien mi profesión? ¿o tal vez debí estudiar gestión social o algo para poder ayudar más directamente a los otros? Espero no equivocarme porque me encanta lo que hago.
Solo una información extra
El título hace alusión a la introducción de mi horóscopo de hoy, pero no uno de periódico genérico para todos los piscis del mundo sino uno personalizado que toma en cuenta los mismos datos que se requieren para una carta astral (hora y lugar de nacimiento). No debería, pero lo copiaré para acordarme (cuando vuelva a leer esto) lo preciso que fue, cuando lo leí se despertó lo que estaba latente en mí.
Tiempo de prueba ***
Válido por muchos meses: Este es un período crítico en el que varios aspectos de su vida y de su experiencia son puestos a prueba. Especialmente aquellos que comenzaron a ser importantes hace alrededor de siete años. Muy a menudo esta influencia representa una crisis de identidad en la que se cuestiona qué hace con su vida. Puede sufrir una crisis de confianza y temer que haya realizado movimientos equivocados o se haya comprometido con algún curso de acción que no resulte beneficioso a largo plazo. Durante este período meditará y se cuestionará sobre todas las tendencias de largo alcance. No se ocupará de los asuntos triviales.
A veces un hecho en particular gatilla este período de examen de conciencia. Los demás pueden crearle dificultades, especialmente en los negocios o en su profesión. Quizá ya detectan los primeros signos de inseguridad que le afligirán durante este tiempo. Si son personas que normalmente compiten con usted, puede que intenten sacar ventaja de su aparente debilidad. Sus empleadores u otros superiores también pueden percibir sus sentimientos de inseguridad y cuestionar si usted es la persona correcta para el trabajo que esta realizando.
Usted debe reconocer que necesita cuestionarse sobre algunos aspectos de su vida durante este período pero no se quede temblando en un rincón. Haga un examen y realice todos los cambios posibles que le parezcan adecuados. Cualquier proyecto que haya comenzado hace siete años o cualquier aspecto de su personalidad que haya aflorado a la superficie en ese momento que realmente sea valioso, aún lo será después de dichos cambios. Este es un tiempo de prueba. Todo lo que logre atravesar este período saldrá mejorado y lo que no, desaparecerá. Dentro de poco usted entrará en un período de estabilidad muy fructífero que justificará lo que sucede ahora. En realidad, si usted está verdaderamente conciente de su vida y de sus objetivos no pasará por una crisis en absoluto. Tan solo examinará qué está funcionando y qué no. Las dificultades con el mundo exterior son indicadores de lo que debería estar haciendo.
Me alejé por un par de meses de él, pero de alguna u otra manera julio fue un mes positivo, de reencuentro con el oficio. Para mi tesis de la U tuve que escribir crónicas urbanas, perfiles sobre personajes que trabajan en las calles. Para esto dediqué varios días de reportería que me hicieron recordar cuánto me encanta estar fuera de una oficina, cómo disfruto escribir y contar este tipo de historias.
A mediados de ese mes me enteré que me aceptaron en un taller de periodismo, que duraba un mes y era en otra ciudad. Me vine, sigo acá y aquí es donde esa leve crisis que sentí en abril, ha resurgido. Pero esta vez ha sido diferente porque mis dudas son producto de los comentarios de un reconocido periodista quien dicta el taller.
- Que el periodismo es para contar lo que está mal no lo que está bien
- Que el periodismo no es para cambiar a la sociedad, que si en el camino eso pasa, bien, pero que no es su misión
- Que el periodista no puede involucrarse con la causa, sino contar lo que sucede pero no ser activista
Entiendo que todas estas posturas son porque el periodista es un profesional que le debe a su lector, le debe una información clara, no sesgada y real. Sé que la realidad no existe, que hay muchas...pero tengo la obligación de no engañar a quien me lee. Digo esto en referencia al comentario del activismo. Es cierto que si me involucro demasiado con una causa, luego se reflejará en mi texto esa inclinación, pero en la práctica se me complica este distanciamiento con el tema. En próximas entradas contaré anécdotas en las que he terminado, de alguna u otra forma, involucrándome con lo que he escrito. Es que, sinceramente, no lo concibo de otra manera. Mi tema se publica, sin sesgos, como una profesional. Pero yo, como civil y persona con sentimientos (dejando a un lado la profesión fría) no puedo quedarme con los brazos cruzados. Si me entero de algo que sé que puedo ayudar, ¿por qué no hacerlo?
De nuevo me pregunto, ¿habré elegido bien mi profesión? ¿o tal vez debí estudiar gestión social o algo para poder ayudar más directamente a los otros? Espero no equivocarme porque me encanta lo que hago.
Solo una información extra
El título hace alusión a la introducción de mi horóscopo de hoy, pero no uno de periódico genérico para todos los piscis del mundo sino uno personalizado que toma en cuenta los mismos datos que se requieren para una carta astral (hora y lugar de nacimiento). No debería, pero lo copiaré para acordarme (cuando vuelva a leer esto) lo preciso que fue, cuando lo leí se despertó lo que estaba latente en mí.
Tiempo de prueba ***
Válido por muchos meses: Este es un período crítico en el que varios aspectos de su vida y de su experiencia son puestos a prueba. Especialmente aquellos que comenzaron a ser importantes hace alrededor de siete años. Muy a menudo esta influencia representa una crisis de identidad en la que se cuestiona qué hace con su vida. Puede sufrir una crisis de confianza y temer que haya realizado movimientos equivocados o se haya comprometido con algún curso de acción que no resulte beneficioso a largo plazo. Durante este período meditará y se cuestionará sobre todas las tendencias de largo alcance. No se ocupará de los asuntos triviales.
A veces un hecho en particular gatilla este período de examen de conciencia. Los demás pueden crearle dificultades, especialmente en los negocios o en su profesión. Quizá ya detectan los primeros signos de inseguridad que le afligirán durante este tiempo. Si son personas que normalmente compiten con usted, puede que intenten sacar ventaja de su aparente debilidad. Sus empleadores u otros superiores también pueden percibir sus sentimientos de inseguridad y cuestionar si usted es la persona correcta para el trabajo que esta realizando.
Usted debe reconocer que necesita cuestionarse sobre algunos aspectos de su vida durante este período pero no se quede temblando en un rincón. Haga un examen y realice todos los cambios posibles que le parezcan adecuados. Cualquier proyecto que haya comenzado hace siete años o cualquier aspecto de su personalidad que haya aflorado a la superficie en ese momento que realmente sea valioso, aún lo será después de dichos cambios. Este es un tiempo de prueba. Todo lo que logre atravesar este período saldrá mejorado y lo que no, desaparecerá. Dentro de poco usted entrará en un período de estabilidad muy fructífero que justificará lo que sucede ahora. En realidad, si usted está verdaderamente conciente de su vida y de sus objetivos no pasará por una crisis en absoluto. Tan solo examinará qué está funcionando y qué no. Las dificultades con el mundo exterior son indicadores de lo que debería estar haciendo.
Idealista
¿Es un error que los periodistas seamos idealistas?
Hace pocos días en un taller denominado "Cómo se escribe en un periódico", Miguel Ángel Bastenier dijo:
"Los periodistas debemos reconocer el mundo como es, no defenderlo por idealistas"
El contexto de su opinión fue el del racismo en Estados Unidos y cómo se ha superado enormemente pero igual surge de vez en cuando en todos los estratos socioculturales. Nos contó que se había enterado de un comentario de Hillary Clinton sobre Obama, ella dijo: "unos años atrás él hubiera estado sirviéndonos el café".
Ardí. A pesar de que esta situación está tan lejos mío y Estados Unidos ha tenido una historia tan compleja en el tema de discriminación racial, especialmente para los afroamericanos, sentí que me molestó que él haya remarcado ese comentario, tal vez porque lo sentí como una burla. Pero ese no es el punto.
El punto es que luego afirmó que los periodistas no podemos ser activistas ni luchadores de "causas", que no nos conviene involucrarnos tanto en lo que cubrimos, en los temas de los que escribimos. Un poco como si nuestro trabajo fuera informar lo que sucede pero no inmiscuirnos en eso.
Entonces me pregunto qué tan cierto es eso. Es un error afirmar que es bueno o malo ser idealista, no creo en los dualismos...por eso me chocó el comentario de que los periodistas no debemos serlo. Creo que ese fuego que se prende en mí cada vez que veo o me entero de una injusticia es lo que me inspira a seguir luchando por lo que creo. ¿Qué pasaría si no sintiera eso? Tal vez fuera más tranquila, menos preocupada pero no creo que sería la misma.
Los idealismos me mantienen ¿animada? (no estoy segura que esa sea la palabra adecuada) Mis posturas frente a temas sociales donde a las personas se le vulneran los derechos me permiten hacer un mejor trabajo, al menos eso creo.
No sé qué motivaciones tengan otros periodistas pero creo que las mías van por el lado de los ideales...
Hace pocos días en un taller denominado "Cómo se escribe en un periódico", Miguel Ángel Bastenier dijo:
"Los periodistas debemos reconocer el mundo como es, no defenderlo por idealistas"
El contexto de su opinión fue el del racismo en Estados Unidos y cómo se ha superado enormemente pero igual surge de vez en cuando en todos los estratos socioculturales. Nos contó que se había enterado de un comentario de Hillary Clinton sobre Obama, ella dijo: "unos años atrás él hubiera estado sirviéndonos el café".
Ardí. A pesar de que esta situación está tan lejos mío y Estados Unidos ha tenido una historia tan compleja en el tema de discriminación racial, especialmente para los afroamericanos, sentí que me molestó que él haya remarcado ese comentario, tal vez porque lo sentí como una burla. Pero ese no es el punto.
El punto es que luego afirmó que los periodistas no podemos ser activistas ni luchadores de "causas", que no nos conviene involucrarnos tanto en lo que cubrimos, en los temas de los que escribimos. Un poco como si nuestro trabajo fuera informar lo que sucede pero no inmiscuirnos en eso.
Entonces me pregunto qué tan cierto es eso. Es un error afirmar que es bueno o malo ser idealista, no creo en los dualismos...por eso me chocó el comentario de que los periodistas no debemos serlo. Creo que ese fuego que se prende en mí cada vez que veo o me entero de una injusticia es lo que me inspira a seguir luchando por lo que creo. ¿Qué pasaría si no sintiera eso? Tal vez fuera más tranquila, menos preocupada pero no creo que sería la misma.
Los idealismos me mantienen ¿animada? (no estoy segura que esa sea la palabra adecuada) Mis posturas frente a temas sociales donde a las personas se le vulneran los derechos me permiten hacer un mejor trabajo, al menos eso creo.
No sé qué motivaciones tengan otros periodistas pero creo que las mías van por el lado de los ideales...
Misiones distintas
Lo he mencionado en entradas anteriores pero lo resumiré en una breve explicación: elegí mi profesión, el periodismo, porque creo que es una herramienta para mejorar el mundo, es parte de la huella que quiero dejar en la tierra; mi misión es hacer periodismo para ayudar a las demás personas.
Ahora estoy en un taller con un reconocido periodista español a quien admiro mucho, él se especializa en periodismo informativo y los temas que más domina son los de oriente medio. Introduzco al personaje para explicar que es alguien quien, con más de 40 años de experiencia en el oficio, tiene una concepción de periodismo única (no tan abierta). No voy a escribir lo que él define como periodismo pero sí citarlo sobre lo que considera que no lo es:
"El periodismo es probable que contribuya a mejorar la sociedad pero no es su objetivo"
Con todo el respeto que le tengo, discrepo totalmente, creo que el periodismo tiene misiones distintas. Tal vez porque precisamente esa fue la razón por la que escogí este oficio y realmente me choca que alguien afirme, con tanta convicción, eso...
Para mí, si bien el periodismo debe informar, educar y ayudar a reflexionar a los lectores, también puede y DEBE proponerse ser un agente de cambio, una herramienta para llamar la atención de quienes deben preocuparse por determinados temas. El periodismo sirve para dar voz a los que no la tienen y SÍ yo creo que este oficio sirve para construir una sociedad mejor, no podría concebirlo de otra forma porque le quitaría la razón principal por la que lo elegí, lo ejerzo y lo disfruto.
Ahora estoy en un taller con un reconocido periodista español a quien admiro mucho, él se especializa en periodismo informativo y los temas que más domina son los de oriente medio. Introduzco al personaje para explicar que es alguien quien, con más de 40 años de experiencia en el oficio, tiene una concepción de periodismo única (no tan abierta). No voy a escribir lo que él define como periodismo pero sí citarlo sobre lo que considera que no lo es:
"El periodismo es probable que contribuya a mejorar la sociedad pero no es su objetivo"
Con todo el respeto que le tengo, discrepo totalmente, creo que el periodismo tiene misiones distintas. Tal vez porque precisamente esa fue la razón por la que escogí este oficio y realmente me choca que alguien afirme, con tanta convicción, eso...
Para mí, si bien el periodismo debe informar, educar y ayudar a reflexionar a los lectores, también puede y DEBE proponerse ser un agente de cambio, una herramienta para llamar la atención de quienes deben preocuparse por determinados temas. El periodismo sirve para dar voz a los que no la tienen y SÍ yo creo que este oficio sirve para construir una sociedad mejor, no podría concebirlo de otra forma porque le quitaría la razón principal por la que lo elegí, lo ejerzo y lo disfruto.
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