martes, 19 de abril de 2011

Ya no soy turista


¿En qué momento dejas de ser extranjera y te mimetizas con los demás habitantes de una ciudad ajena a la tuya? No creo que haya un patrón ni reglas fijas que determinen este paso entre preguntar dónde queda tal dirección en cada esquina, a saber qué combi (bus) debes coger para llegar a un huevo (muchos) lugares. Los paréntesis aquí también son claves porque aunque tres meses parezca poco tiempo para adoptar jerga local, no lo es. Si me paso escuchando palabras nuevas todo el tiempo y me gustan, las alquilo. Otro de los aspectos que te convierten en una más en una ciudad que no es tuya (ahora lo es en parte) es la inseguridad. Es una realidad triste que me hubiera gustado no mencionar pero creo que contribuye a la intención de este post.

Hace un mes, un sábado, me dirigía al cumpleaños de una amiga que vive al extremo de la cuidad. Para no ir sola, avancé al centro para encontrarme con otra amiga e ir juntas. Tomamos una combi en una calle bastante traficada y luego nos bajamos en una aún más traficada para tomar otra combi. Mi acompañante no sabía exactamente de qué lado de la gran avenida debíamos tomar el transporte entonces nos demoramos unos cinco minutos mientras ella intentaba recordar las indicaciones que la cumpleañera nos había dado para ir a su casa. Nuestra situación era: de pie en un paradero de bus, once de la noche, unas quince personas en el mismo sitio esperando, también, que pase un taxi o bus. De repente mi amiga mira a la izquierda y exclama ¡asuuu! (asumadre: hijueputa) y volteó y noto que se aproximaba una masa de hombres corriendo, a su lado dos camionetas de policía. Los carros que debían transitar por esa vía habían detenido su paso y una de las avenidas más traficadas de Lima se había convertido en una peatonal preferencial para esta estampida. "Es la barra brava", me dijo mi amiga. Y yo me quedé en las mismas.

No entendía nada. La situación empeoró porque noté que la gente a mi alrededor se aglomeraba entre ellos como queriendo protegerse. Otros también exclamaban palabras de miedo mientras observaban el paso de los hombres que intimidaban a los pocos que estabábamos ahí parados. Pregunté a mi amiga el contexto y, entre su miedo y nerviosismo, alcanzó a explicarme: las barras bravas de los dos equipos principales de Lima están conformadas por vándalos, siempre que salen del estadio rompen carros, roban carteras, son el temor de los presentes. Por eso los padres de familia han dejado de ir con sus hijos a ver los partidos de fútbol, por eso cada vez es más peligroso asistir a esos encuentros deportivos. Mi pregunta necia y absurda fue "pero si son bándalos por qué no están presos". Me explicó que siempre actúan en grupo, que hace un año y medio una decena se subió a una combi y una chica quiso bajarse y, sin más, la empujaron. La chica murió.

Pero ella y yo estábamos en la parada del bus. Esperando que la masa finalmente termine. Vi cómo un policía golpeó a uno de los fanáticos y lo empujó contra la pared con las manos en alto. Él tenía piedras en los bolsillos. Fueron las cosas que vi. Un grupo de la mancha también se cruzó en medio de quienes esperábamos nuestro tranposrte. Yo, mientras recitaba mantras, pensaba que lo peor que me podía pasar es que me roben y no sentía miedo. Tal vez porque no entendía tanto la situación o quizás porque al fin y al cabo estaba acompañada de mi amiga y de otras quince temerosas personas. La masa terminó de cruzar y nosotras tomamos el primer taxi que pasó. Mi amiga tuvo un dolor de cabeza que no le pasó sino después de una hora, estaba muy nerviosa y me pidió perdón varias veces por "hacerme pasar eso", yo en realidad no es que quise vivirlo, pero sinceramente no me importó (claro porque no llegó a mayores) porque sentí que viví lo que los limeños viven. Presencié los peligros a los que se enfrentan.

Presencié "otro peligro" también. Salía del diario con mi amigo fotógrafo, eran las 11 de la noche y a esa hora muchas veces es más seguro tomar combi que taxi, entonces avanzamos a Tacna, la avenida donde pasan todos los transportes. Ahí, parados esperando que llegue el nuestro, un jovencito apareció como un fantasma y asimismo se fue arranchándole a mi compañero una suerte de portacelular que colgaba transversalmente en su torso. Una delgada tirita sostenía ese bolsito, fue muy fácil de romper. Yo tenía en un hombro mi cartera en el otro mi lonchera. Fue un gran susto ahí sí. Nos fuimos en taxi al final.

Episodios. Unos más agradables que otros pero todos en el mismo recipiente: llenando de anécdotas cotidianas mis días limeños.

2 comentarios:

Pitufa Sofía dijo...

En todas las ciudades hay inseguridad. Hay que ser precavidos, pero no conformistas. Seguir exigiendo que un robo no sea sólo un robo, porque vivir con miedo no es normal.
Qué bueno que te estés adaptando a Lima! pero ahora que eres residente allá, también exige una ciudad segura.
Realmente me ha sorprendido eso de las barras bravas. Acá también hay pito, especialmente en clásicos. Espero que no tomen las malas mañas de sus vecinos. =oS

Ghiovani Hinojosa dijo...

He leído tu post. Es primera vez que visito tu blog; trataré de hacerlo con más frecuencia. Sí sabía lo de las 'barras bravas' (me lo contaste ese mismo día), pero no lo del robo del bolsito del fotógrafo (creo saber quién es). Pucha, qué pena. Pero ya fue. Sobre el asunto de la mimetización con una cultura ajena, sí, pues, ocurre, es más a veces determina una buena crónica o un buen reportaje. Qué bueno que ya te sientas limeña de algún modo. Saludos.