Su nombre es Dhananjay Patel pero para no complicarle la vida a los peruanos, pide que todos le llamen Jay. Llegó a Perú hace cinco años persiguiendo a un amor, su actual esposa. Se conocieron en India en 2001, ella -peruana- solía viajar muy a menudo al místico país oriental porque le encanta la cultura y todo lo que la India significa. Allá lo encontró a Jay, se enamoraron, pero ella tuvo que regresar. Los cuentos de hada no siempre aterrizan en el mundo que nosotros consideramos real. Luego de regresar a Lima ella viajó un par de veces para visitarlo hasta que finalmente en el 2006 Jay tomó la decisión: "Me vine a verla, para estar juntos, casarnos, y así fue".
Planeaba invertir en el mercado de la importación y exportación. En India, poseía un restaurante pero en Lima jamás se planteó continuar con ese negocio. Él no decidió, sin embargo, fueron sus conocidos y amigos que de favor en favor fueron encargándole platos de origen hindú porque quería probar la gastronomía de su país. Tal fue la acogida que formó un servicio de catering bajo pedido. "Lo hacía generalmente para grupos de extranjeros que venían a Lima y querían probar algo diferente", explica en su español mocho. Jay hable hindí e inglés, español también pero muy poco; desde que llegó no ha recibido clases porque afirma no tener tiempo suficiente. Elige, sin embargo, que la entrevista sea en español, "porque quiero practicarlo más". Si no es su atropellado castellano, es su fisionomía lo que lo delata como extranjero. Como "buen hindú" como diríamos los ecuatorianos, la piel de Jay es de esa pigmentación indefinida entre el caqui, amarillo y morado. Sus cejas parecen delineadas artificialmente y sus ojeras están ahí aún cuando ha dormido las horas suficientes.
En vista del éxito del catering a domicilio, decidió dar un salto más allá. En febrero del año pasado inauguró Mantra, el primer restaurante de comida hindú en Lima. El ambiente es un híbrido entre la decoración oriental y occidental. Él lo admite y dice que quiere pintar las paredes una naranja y otra roja, con un toque más hindú, pero su esposa se niega pues conoce al público peruano y afirma que no les gustará. Es por eso que a lo largo y ancho del local se puede encontrar figuras de Shiva, Shakti, Ganesh y en sus paredes están colgados un par de Batiks.
La música ambiental no es de la India propiamente dicha pero también alusiva a melodías orientales. La carta también revela esta fusión entre sus raíces y las de su esposa. El menú cuenta con opciones para carnívoros y vegetarianos. Jay ha sido vegetariano toda su vida por eso incluye una amplia variedad de platos para elegir. "Pongo cosas con carne porque los peruanos no pueden vivir sin la carne, me dicen qué horror estás loco, cómo no puedes comer carne", cuenta mientras su tosca expresión se suaviza con una agradable risa. Con o sin carne la característica presente en todos los platos, son los condimentos. Jay confiesa que entre 20 y 30 condimentos son condimentados en cada uno. El curry y cardamomo no faltan casi nunca; ambas son especias típicas de la India. La segunda, unan semilla cafecita con un dejo mentolado, es un ingrediente que no solo está en la comida salada sino es el toque especial de un exquisito helado con almendras y avellanas y, también, el secreto del Mantra Sour: un coctel que su apariencia es de pisco sour, pero su pisco ha sido macerado con esta particular semilla.
Otra novedad en el menú es el Lassie. Una bebida a base de yogurt, agua y alguna fruta. Esta vez fue mango. Al observar el flaco y largo vaso decorado con una cereza, creí que era un refresco o coctel que se lo tomaba solo, es decir sin la comida acompañándolo. Me equivoqué. Aunque es un poco dulce y no tan aguada, es la compañía de cualquier plato para los hindúes. La beben porque afirman que los ayuda a la digestión. "Mira, ese señor que acaba de llegar que es hindú, antes de elegir su plato principal, pidió lassies uno para su esposa e hijos". En efecto, el cliente bebió este brebaje antes y durante su almuerzo.
El hindí invade el menú. Todos los platos tienen un nombre en este idioma y junto a él, la traducción en español. El korma es lo que más piden, cuenta, ya sea de pollo, cordero o vegetales. La carta también tiene mariscos. Todas las carnes bien condimentadas. Mientras conversamos la familia hindú interrumpe, ya se va y quiere agradecerle a Jay por todo "estuvo riquísimo, como en nuestro país, realmente exquisito". El chef y dueño del local parece sonrojarse por dentro porque sus cachetes no delatan ningún signo de vergüenza, su sonrisa a medio hacer, en cambio, sí lo hace.
Todos las semanas Mantra recibe a clientes hindúes. Ya sea a través de Internet o de la Embajada de India en Lima, pero llegan. Y salen, salen fascinados porque encuentran en un país a más de 15 horas del suyo, comida exactamente igual a la que tanto extrañan.
Jay es un tipo sencillo que revela que el éxito de su restaurante no le quita el sueño. Al menos su ambición no la revela en su discurso. Confiesa que no creyó que el lugar tenga tanta acogida pero por supuesto le alegra que haya sido así. Es muy amable con sus clientes y empleados. Al bar tender lo deja experimentar con los tragos, ha sido él quien inventó el Mantra Sour y otros cocteles más. La armonía que Jay emana se siente también en su local. Creo yo que eso sucede cuando uno hace las cosas con dedicación sin esperar tanto a cambio, con pocas expectativas pero mucha entrega. Ese es Jay y así es su vida en Liam.
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