Mi primer contacto fue lejano y breve. Me senté en una barra, el único sitio disponible en el bar Miunich*. Era viernes. Eran las 10. Habré estado una hora como máximo, pero fueron sesenta minutos que no le despegué la mirada. Le pregunté a mi acompañante su nombre y atinó a decirme "Whitman".
El segundo fue más largo y cercano. Me senté en una mesa frente a él. Él dándome la espalda por supuesto, pero yo igual lo contemplaba. Pero no solo con la mirada. Mientras tomaba una desagradable cerveza artesanal, que entre mi mejor amigo y yo habíamos elegido en el menú (era la única que no habíamos probado en este país ajeno y apostamos por hacerlo), me desconcentraba de su conversación por querer oir otra cosa. Por querer oir las notas que emergían de esas cuerdan tensadas produciendo melodías. Esa noche escuché la Zorba griega, La Chica de Ipanema, Chopin (no recuerdo cuál), El Cantante de Lavoe y unas cuantas romanticonas estilo Alejandro Sanz.
El tercero fue intenso. Me atreví. Me acerqué. Justo cuando interpretaba Let it be. Tal vez fueron los Beatles quienes me dieron el empujón, no sé. Solo sé que de repente ya estaba ahí. De pie, junto al piano. No quería interrumpirlo. Tanteé:
- ¿Es usted Mario Castro, verdad?
E inmediatamente me sentí tan idiota porque pude elegir un millar de frases o preguntas y escogí la más banal. (Ya le había preguntado al bartender su nombre, descubrí que la adivinanza de mi amiga al decir "Whitman" la noche anterior, correspondía a otros pianista que pasó por el bar durante dos meses, hace un par de años atrás). Me respondió asintiendo y me invitó a sentarme. Eran uno de sus microrecesos entre canción y canción, pero este duró quizás -por mi culpa- un poco más.
Empezó a despejar mis primeras curiosidades. Me contó que lleva 20 años tocando en el Miunich, que nunca tuvo clases particulares, que aprendió viendo y oyendo, que viene de lunes a sábado al bar. Yo lo escuchaba. Escuchaba su voz y su música porque comenzó a hablar mientras continuaba con sus melodías.
- ¿Qué quieres que toque?
- Me gustan los Beatles, me encantó la que tocó recién (Let it be)
- Mejor te toco una de Paul McCartney
Y lo hizo. Comenzó a deslizar rápida y ligeramente sus diez dedos sobre el teclado. Sus pulgares, índices, medios, anulares y meñiques parecían soldaditos corriendo en una pista blanca con gradas negras. Mis ojos clavados en sus regordetes dedos y sus rosadas y cortas uñas se perdían en cada sonido.
- ¿Sabes cuál es?
- Sí, Band on the run.
Me preguntó riendo y yo respondí, también, riendo. Ya estaba. La vergüenza, temor y demás sentimientos que me mantuvieron alejada de Mario habían desaparecido. Conversamos cerca de media hora hasta que noté que había dejado botados a mis amigos en la mesa. Me despedí, pero le prometí volver.
Volví al día siguiente. Fue mi cuarto encuentro. Extenso. Intenso. Fui sola, dispuesta a descubrir qué había detrás del pequeño, trigueño y sonriente señor que me había capturado con sus notas. Me saludó efusivamente y me invitó a sentarme en una silla junto al piano. No dudé. Mario, vestido de pantalón y saco gris, y una camisa azul con estampado hawaiano, también se sentó en su silla, diagonal y delante mío. Pero cerca.
Esperé que comience a tocar. No tuve que esperar mucho. Cuando Mario toma asiento frente al imponente instrumento es como si nada más importara. Por un momento su sonrisa -que acaba de regalarme- se borra y sus delgados labios se juntan. Saca la boca y frunce el ceño ligeramente. Su mirada persigue sus dedos que brincan de una escala a otra. A pesar de la rapidez de sus movimientos, el golpe en cada tecla es determinante y se conjuga con la anterior y siguiente nota creando maravillosas melodías. Mientras yo lo contemplo idiotizada, mi alrededor es un circo de barullos y chacotas. Los bebedores y comensales de todas las mesas se divierten entre ellos y pareciera que escuchar la melodía que Mario produce.
- ¿No le importa que no lo escuchen?
- Lo que pasa es que sí me escuchan, ya verás. Me reprende bromeando.
Y sus palabras son hechos. Termina de tocar ¿Lo ves? de Alejandro Sanz y los aplausos llegan de todas las mesas del bar.
- Si ves lo que te dije. Ríe.
Vuelve a su teclado y empieza con otra. La chica de Ipanema. Nuevamente. Ya lo había escuchado tocarla antes, entonces le pregunto si le gusta y contesta que sí pero que toca de todo.
- ¿Qué género prefiere tocar?
- Romántico. Yo soy una persona romántica. Por ejemplo este.
Y mientras me voy perdiendo, de nuevo, en su música, me comenta que es un bolero cubano.
- Pero la verdad es que me gusta tocar de todo. Me gusta la música. Para mí esto es para expresarme. Con esto yo me expreso. ¿Me entiende? Es como cuando uno habla, una cosa es hablar, otra cosa es gritar, otra cosa es hablar. Yo con este instrumento hablo, no es mi voz pero es mi expresión.
Pregunto cuándo se dio cuenta que la música significaba tanto para él y me cuenta que inició de adolescente, que una vez una tía le ofreció clases junto a su primo y un profesor de piano, que no pudo aceptar porque no tenía tiempo, que igual le gustaba el sonido del piano, que decidió tocarlo por su cuenta, que empezó a escucharlo y a leerlo, que al poco tiempo se dio cuenta ya sabía tocar.
Durante su infancia Mario no tuvo la oportunidad de recibir clases particulares. Cuando tenía 6 años quedó huérfano de padre y madre y sus primeros 11 años pasó entre un internado y la casa de su abuela. En el colegio había un piano que le dejaban tocar. Entonces se volvió aficionado. Dedicaba varias horas al día frente a ese enorme instrumento. A los 15 aprendió guitarra, a los 16 saxofón y así cada año hasta cumplir 19 fue aprendiendo el uso de varios instrumentos musicales. A los 17 su abuela murió pero para ese entonces ya había sido llamado a cumplir con el servicio militar.
- En el ejército también combinaba mis actividades con el piano. Un oficial se dio cuenta que era bueno y me invitó a formar parte de la banda. Luego me pidieron que también sea arreglista. Acepté ambas cosas, siempre acepté todo lo que tenía que ver con música. En esos años, durante el gobierno de Alan García, también fui el director de la orquesta de la escolta presidencial, estuve en algunos de esos eventos elegantes. Pero ya después me cansé de eso, pedí la baja y me la dieron.
Mario habla con naturalidad, cuenta cada uno de sus logros como si se tratara de una anécdota cualquiera. Mientras comparte sus vivencias no deja de entretener al resto de personas. Un joven se le acerca: "Maestro, tóquese amor, amor" y le deja un par de monedas al final de teclado. Termina lo que estaba interpretando y complace el pedido. Yo permanezco callada por un rato, quizás ha sido el silencio más largo desde que estoy a su lado hace ¿una hora? ya no sé. Sinceramente no quiero interrumpirlo, creo que ya lo he hecho reiteradas veces. Pero él sin detener su melodía voltea levemente su cabeza, abre los ojos con esfuerzo, alza las cejas. No dice nada pero su rostro me grita "¿Y?". Enseguida acompaña su gesto con "Pregunta no más".
- Veo que la gente se le acerca a pedirle canciones. ¿Toca todas las que le piden?
- Si me la sé sí, si no me la sé les pido que me traigan un disco con la canción y yo me la llevo a mi casa y la saco en el piano. Eso hice con un pata que me retó a que toque I´ve got a feeling. Creyó que no podría, pero pude. Él me grabó y lo subió a youtube, ¿no lo ha visto? tiene como mil visitas. Y ríe de nuevo.
- ¿Cuántas canciones se sabe entonces?
- No tengo idea, demasiadas, no llevo la cuenta.
Mario me responde y frente a él, su atril luce desnudo, ni una hoja, ni una partitura, ni una nota. Nada.
- Me las sé todas de memoria.
- Impresionante. ¿Y cuántas toca al día?
Alza su mirada y demora un par de segundos en contestar. Sus dedos siguen brincando en las teclas. No mira el teclado, mira el techo, luego el reloj, luego a mí. Pero no se equivoca. Toca Zorba el griego a la perfección y algunos de los presentes lo acompañan con las palmas.
- Deben ser como 15 por hora entonces unas 120 al día.
De lunes a jueves Mario trabaja de 6 y media a 12 de la noche. Los viernes y sábado se queda hasta las tres de la mañana. Los fines de semana, a las 11 de la noche, llega un amigo, un percusionista que acompaña sus melodías con una batería. Me cuenta que casi todas las noches al menos una pareja se para a bailar, hoy no hemos tenido suerte pero él me asegura que "más tarde".
- ¿No se cansa de tocar durante tanto tiempo?
- Si no me pagan si me canso. (Lanza una carcajada)
- ¿Y toca desde los 13 años, no ha tenido un receso?
Cuarenta y dos años de música. Tiene 55 y desde que descubrió que le encantaba este arte, se dedicó plenamente a él. No ha sido fácil, no. No es una profesión para ganar dinero, es una vocación que eligió y que no piensa abandonar. Me comenta que más gana en propinas que en sueldo fijo, pero en total sus ahorros le alcanzan para pagar un cuarto que alquila con su conviviente. Su conviviente, así se refiere a ella. Curiosa, sin querer parecer chismosa, pero curiosa, le pregunto:
- ¿Es su esposa?
- No, solo mi conviviente. Estuve casado antes. Dos veces. Tengo seis hijos. Dos nietos. Solo dos nietos. Mis hijos no me quieren dar más.
- ¿Los ve seguido?
- Sí peee, son mis hijos. A veces me visitan, a veces yo a ellos.
- De sus tres amores, ¿conquistó a alguna con el piano?
Nuevamente alza la mirada como quien buscara en el cielo las imágenes del pasado. Me confiesa que a la primera no. A ella la conoció cuando él apenas tenía 19, cuando recién ingresó al ejército. Formaron una familia rápidamente pero su matrimonio fue breve, no tiene tan buenos recuerdos pero prefiere no hablar más de ellos. A la segunda sí, puede ser que a ella le haya gustado por el piano, eso me dice. Pero la tercera no, ella ya lo conoció aparte.
- ¿Ha escuchado esa canción que dice todo comenzó por una mirada? Lo de nosotros fue todo comenzó por una hamburguesa. (Y se empieza a reír en complicidad)
Con su conviviente lleva recién dos años y confiesa que es feliz con ella.
- No es celosa, o sea ella sabe que yo puedo ser coqueto a veces usted me ve pero yo soy fiel y ella sabe eso.
Coqueto o no Mario me invita a tomar una cerveza. Un rato me pregunta "si me puede decir algo" y asiento: "Sabe que usted es una de las pocas mujeres que si se arregla un poquito se la ve bella". No entiendo qué quiere decir (porque no tengo una gota de maquillaje y las ojeras quieren tomarse mi cara) y no pregunto mucho solo atino a sonreír. Creo que capta mi incertidumbre y continúa: "O sea que usted así sin maquillaje se la ve bien pero si se pone no más una rayita (y hace la seña de delinearse los ojos) se la ve bella. Me río. Me sonrojo pero la luz tenue del lugar no permite que él lo note.
Sabe que soy de Ecuador porque durante nuestra tertulia entre melodías él también me ha interrogado. Me pregunta si ya he probado la comida peruana y me nombra una serie de platos con carnes y mariscos. No quiero decirle pero él insiste en que pruebe anticuchos.
- Soy vegetariana.
- ¡Ay, por favor!
Con su virada leve de cabeza me sonríe y guiña un poco el ojo. Me dice que me pierdo de lo más rico pero igual me pregunta qué me gusta comer y me recomienda una serie de sitios que cree que debo visitar. Como si fuera otra pregunta de rutina me cuestiona.
- ¿Sabes lo más lindo que tiene el ser humano?
- El corazón... (respondo sin pensarlo mucho, con el corazón precisamente)
- Sí, eso. Cuando uno actúa con el corazón, tiene buen corazón, eso se nota, se nota en los ojos de las personas, en la mirada. Cuando tienes buen corazón y haces las cosas que te gustan, las haces bien, todo el resto te sale bien.
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* El bar se llama así, con la I entre la M y la U, el dueño luego me explicó que cambiaron el nombre por un tema de razón social)
Esa fue mi historia con Mario, aunque larga para algunos, corta para mí, sigue siendo resumida. La foto fue mi tercer encuentro, antes de acercarme a él. Les dejo también el link del video de youtube donde toca la canción de Black Eyed Peas: http://www.youtube.com/watch?v=MEnOKjEuv-c (por cierto no tiene mil visitas pero espero que pronto las tenga, ja)
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