Debo confesar que en Guayaquil mi medio de transporte se limita al taxi o carro particular, muy pocas veces me movilicé en buses y unas cuantas en Metrovía. En Lima, mi transporte diario es el Metropolitano, equivalente a la Metrovía y cuando debo ir a otros destinos más cercanos, utilizo el combi, que es el equivalente a un bus en Ecuador, pero de los medianos o pequeños, una especie de selectivo.
Debo confesar, también, que si tengo la opción de coger taxi, prefiero la combi porque es mucho más entretenido. He vivido una serie de experiencias que más de una vez han sido motivo para que parezca un bicho raro entre la gente malhumorada que se empuja en este transporte estrecho, que no respeta al peatón, ni a los pasajeros del bus, ni se detiene completamente, solo desacelera, para recoger a nuevos pasajeros, ni, ni, ni... sé que muchos entienden de lo que hable. Este medio de transporte popular al que todos estamos acostumbrados, vivimos quejándonos pero son un mal necesario porque nos movilizan de un sitio a otro.
El otro día subí a una combi y noté que estaba lleno, no había asientos y habían unas cinco personas paradas, al igual que yo, que se sostenían del tubo en el techo. Faltaban unas diez cuadras para llegar a mi parada, pero claro es un combi que para en cada esquina, y que si le toca luz verde, retrasa su "recolección" de pasajeros para poder quedarse más tiempo en el próximo color rojo, eso implicaban unos ¿15 minutos? no lo sé. El asunto es que, conmigo como pasajera, el bus ya estaba lleno. Eso no le importó al impulsador (ya hablaré de él) quién seguía invitando a posibles pasajeros a usar el transporte; se subieron diez más, diez! Todavía no entiendo cómo entrábamos, la gente se apretaba, se insultaba con el impulsador, y yo, fresca como una lechuga porque me sentía más que pasajera, espectadora del pseudo espectáculo.
En la combi pocos respetan el derecho de los ancianos, embarazadas y mujeres con niños. Me ha tocado ver peleas, gritos o encuentros entre el que no quiere ceder su puesto y el que lo exige con un tono de orden, poco respetuoso.
El impulsador
"Arequipa, toda Arequipa, Tacna, Tacna", es el discurso que repite durante más de 12 horas un hombre con fuerte voz pero baja estatura. Nunca se sienta, siempre está entre las escaleras de la combi y la calle. Sí, de la calle. En cada luz roja aprovecha el momento para ser un promotor de la combi. Te insiste, hasta la fatiga, que utilices el servicio, que te subas, que te subas, que te subas. No hay más. Es que no tiene nada más que decir que la ruta. Si te subes, lo ves repetir este patrón a lo largo del recorrido en el que, también, dice "pasaje, pasaje" y camina por el estrecho corredor entre los asientos y cobra el sol o sol cincuenta que cuesta el recorrido. Entrega un pequeño ticket, de papel periódico, que indica el precio de la tarifa. Mientras recibe las monedas camina de vuelta a la puerta y comienza a gritar, nuevo, Arequipa Arequipa. Se baja y ahora recibe un papel de una señora, rellenita, que lo espera en la esquina. A cambio, él le entrega unas cuantas monedas, ella, en cambio, es encargada de anotar los minutos exactos en los que se detiene cada combi, con qué número de minutos después llega el siguiente transporte. Es una competencia de buses cuya meta es captar la mayor cantidad de pasajeros sin importar que ellos suban al bus cuando esté detenido, sin importar que estén parados asfixiándose, sin importar nada.
Es su chamba, el impulsador gana entre 15 y 20 soles al día y debe gritar, pararse, subir, bajar, saltar, caminar, gritar más por más de 12 horas. Es su chamba.
1 comentario:
Ahora me doy cuenta de que siendo peruano, no quería enterarme de que las combis tenían también, sus cosas buenas. Aunque aún detesto viajar en ellas :)
Publicar un comentario