No hay nada más gratificante que conversar con personas que disfrutan lo que hacen. Siempre, cuando conozco a alguien y me hacen la típica pregunta "¿Y tú qué haces?" a pesar de que hago muchas cosas y me encantaría conversar irme de largo y explicarle que para mí el "hacer algo" no es solo mi universidad, o mi trabajo, o cualquier actividad como tal...cedo y digo: soy periodista, o escribo, o trabajo en un diario. Para no complicar las cosas, para no sonar "hecha la filosófica" o cualquier etiqueta barata que coloquen en mi frente mientras converso de algo que ellos creen que no han preguntado y están frente a una respuesta incoherente.
De todas maneras cuándo les regreso la pregunta con un "¿Y tú qué haces?" y me cuentan, es triste enterarme, darme cuenta que la mayoría hace cosas por hacerlas no porque realmente quiere hacerlas. No quiero sonar un Miguel Ángel Cornejo, quién sé es un pésimo referente, (solo que hace una semana tuve que escuchar su discurso de dos horas mientras cubría a un candidato presidencial y debía seguir su pista durante 15 horas seguidas) pero realmente me parece sumamente importante que la gente haga lo que quiere, lo que le gusta, no porque lo obligan o porque llegó ahí sino porque lo eligió y está contento de hacerlo. Entiendo que la vida no es así, que uno no escoge todo, pero también creo que uno sí atrae eso que quiere y hay que trabajar ese pensamiento, emoción, sentimiento.
Entre las fuentes que he tenido que entrevistar, por obligación o selección, no hay nada más bonito que hablar con quienes están en un lugar, practican un oficio, estudian una profesión porque les gusta. Es muy gratificante toparme con esa gente en mi camino.
Recientemente conocí a Christiane, una señora de 53 años que lleva viviendo 32 en Lima y llegó acá con el afán de ayudar a los más necesitados. Fundó una asociación para niños cuyas madres trabajan fuera de casa, construyó una guardería que primero atendía a pocos niños pero luego su dedicación y entrega fueron los responsables de que cumpla más allá de sus sueños. Tiene una asociación, que tiene 32 años, en la que se atienden niños y padres de familia; brinda salud, educación, estimulación temprana y una serie de programas sociales que ayudan a los más vulnerables.
Chicho es otra persona que tuve la bendición de conocer. Con sus 50 y tantos años administra una escuela de surf en Huanchaco al norte de Perú. Además de brindar clases de surf, fabrica tablas y dibuja en ellas diseños que él mismo elabora. Puede sonar un simple oficio pero la actitud de él hace la diferencia. Aunque el agua de mar esté fría, aunque él esté cansado porque no durmió bien, aunque no haya podido desayunar porque su lección de surf es a las 8 de la mañana, igual pone todo su empeño en su trabajo. Me repitió que está consciente que debe perpetuar el surf en esa playa porque él cree que el deporte de dominar las olas, nació ahí.
Qué bueno es poder levantarte un lunes y no tener que lamentarte por ir al trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario