Anécdotas, vivencias, pensamientos, ideas, opiniones, locuras, reflexiones, conclusiones y demás (inpublicables en medios oficiales) de una periodista
martes, 22 de febrero de 2011
Sospechosa
Entré a un centro comercial, Plaza San Miguel, semi al aire libre, los locales obviamente cerrados y acondicionados pero los balcones de los corredores sin techo (no soy arquitecta, difícil de explicar). Con mi libreta y pluma en mano empecé a anotar una serie de datos que necesitaba para un tema, mera observación, no pregunté nada ni interrumpí a alguien. Vi una tienda que tenía un nombre graciosa y como buena chola turista guayaquileña saqué mi cámara de bolsillo y tomé la foto; no terminaba de disparar la toma y un guardia -de los miles que había cerca- se me acerca y pregunta el motivo de la foto. Digo que es "para mí" mientras pensaba qué mierda le importa. Me explicó que por seguridad y políticas del centro comercial, debía pedir autorización, que si quería él me tomaba una foto, que eso sí estaba permitido. Fui comprensiva, guardé mi cámara y continué mi recorrido con la libreta. Fue interceptada, de nuevo, por otro guardia: Disculpe, ¿como para qué es eso que está escribiendo? tuve que decir la verdad aunque sentí que seguía siendo una invasión a mi privacidad, expliqué que era periodista y estaba ahí para hacer una observación, el tipo me respondió algo como: "si me imaginé, YA ME DIJERON que usted estaba anotando cosas por eso le estoy avisando que debe hablar con administración para hacerlo". Me reí y sin perder la paciencia, muy amable, le expliqué de lo que iba el tema y que no había quitado la tranquilidad de ninguna potencial consumidora, le agradecí y le dije que guardaría la libreta...no lo hice por orgullosa sino que no tenía mucho tiempo para ir hasta administración, pedir el permiso y las diligencias respectivas. Me pasé el resto del recorrido registrando mentalmente lo que observaba, no quedó de otra. De todas formas, a partir de mi diálogo con uno de los guardias, sentí -no me imaginé, fue cierto- que los guardias me miraban, esperando llamarme la atención de nuevo. Tragicómico.
Bella

Cuando quisieras que el trayecto de regreso a casa sea más largo, ruegas que los semáforos estén en verde y los carros pasen, pides que las veredas estén vacías...es cuando realmente estás metida en el libro que lees. Me pasó hoy. El recorrido en el Metropolitano duró como de costumbre, alrededor de 20 minutos. Tuve suerte de subirme 10 minutos antes de que el servicio se acabe (9:50pm) y encima encontré un asiento libre (muy raro a esa hora porque como es víspera de fin de servicio, se sube todo el mundo). Me senté y me sumergí en el mundo paralelo de la novela que estaba leyendo. No puedo decir que casi se me pasa la parada de mi casa porque como estoy en otra ciudad, sigo siendo extranjera con miedo a perderme a las 10 de la noche en un sitio cuasi desconocido, iba medio pendiente a partir de dos estaciones antes. Pero cuando me bajé, no me importó mucho la noche, ni la gente, ni la cartera que llevaba en el hombro y la funda en el codo...el libro iba sostenido por mis dos manos y mi mirada depositada en él. Caminé las (cerca de ) 10 cuadras hasta mi casa sin percatarme qué pasaba a mi alrededor, por suerte las calles son seguras y jamás sentí miedo al robo o inseguridad, mi miedo era tropezarme pero por alguna extraña razón el libro valió más la pena que el tropiezo.
La romántica escena me recordó a la Bella y la Bestia, cuando al comienzo, la protagonista camina por su pueblo con el libro en mano y no se inmuta de lo que pasa a su alrededor. Fui Bella por hoy.
sábado, 19 de febrero de 2011
Manoseada
Termino de escribir mi texto. El editor lo revisa. Me lo entrega, "tiene pocos cambios". Pocos, muchos, qué importa la cantidad, para mí es el tipo de cambios que tiene. Una simple palabra puede cambiar el sentido de todo, inducir cosas, ocultar otras. Realmente practico la paciencia cuando me enfrento a esta situación. Sé que el editor sabe que me cuesta, al igual que todos, me pregunta si me parece bien. Respondo que no y le explico los cambios que deseo hacer sobre sus cambios, accede...en la mayoría, en otros me insiste que "es mejor así". No accedo, no pierdo la paciencia, y defiendo mi punto de vista.
No siempre se publica tal cual lo escribí. Tal cual quisiera. No siempre. Y debo confesar que me siento manoseada. Algunas veces he quitado mi crédito, otras lo he quitado; no es berrinche, es simplemente una suerte de responsabilidad asumida de que lo que está escrito te corresponde. Lo que él escribe sobre mi texto, no me corresponde. Una palabra cambia el sentido de todo, dos, tres, seis palabras...peor.
No siempre se publica tal cual lo escribí. Tal cual quisiera. No siempre. Y debo confesar que me siento manoseada. Algunas veces he quitado mi crédito, otras lo he quitado; no es berrinche, es simplemente una suerte de responsabilidad asumida de que lo que está escrito te corresponde. Lo que él escribe sobre mi texto, no me corresponde. Una palabra cambia el sentido de todo, dos, tres, seis palabras...peor.
Alineación
Cuando tomas la decisión correcta todo fluye de una manera increíble. Recuerdo cuando renuncié de uno de mis trabajos. Estaba cansada, fatigada, frustrada y sentía realmente que debía salir pero tenía mucho miedo, creo que principalmente por "quedarme sin piso" ya que no tenía otra propuesta laboral. Lo hice, renuncié. No pasó una semana y surgieron una serie de oportunidades, ninguna totalmente estable, pero eran cachuelos, oportunidades para poder seguir definiendo qué quería exactamente mientras no me sentía improductiva. Luego un sinnúmero de situaciones a nivel académico, laboral, sentimental, espiritual...situaciones que atravesaron todos los niveles de mi vida. Todo se fue dando perfectamente. Mágicamente. Es una sensación increíble que de vez en cuando surge y creo que otras veces está un poco oculta pero si busco un poco, sigue ahí solo que por trivialidades la oculto.
Gente que se apasiona
No hay nada más gratificante que conversar con personas que disfrutan lo que hacen. Siempre, cuando conozco a alguien y me hacen la típica pregunta "¿Y tú qué haces?" a pesar de que hago muchas cosas y me encantaría conversar irme de largo y explicarle que para mí el "hacer algo" no es solo mi universidad, o mi trabajo, o cualquier actividad como tal...cedo y digo: soy periodista, o escribo, o trabajo en un diario. Para no complicar las cosas, para no sonar "hecha la filosófica" o cualquier etiqueta barata que coloquen en mi frente mientras converso de algo que ellos creen que no han preguntado y están frente a una respuesta incoherente.
De todas maneras cuándo les regreso la pregunta con un "¿Y tú qué haces?" y me cuentan, es triste enterarme, darme cuenta que la mayoría hace cosas por hacerlas no porque realmente quiere hacerlas. No quiero sonar un Miguel Ángel Cornejo, quién sé es un pésimo referente, (solo que hace una semana tuve que escuchar su discurso de dos horas mientras cubría a un candidato presidencial y debía seguir su pista durante 15 horas seguidas) pero realmente me parece sumamente importante que la gente haga lo que quiere, lo que le gusta, no porque lo obligan o porque llegó ahí sino porque lo eligió y está contento de hacerlo. Entiendo que la vida no es así, que uno no escoge todo, pero también creo que uno sí atrae eso que quiere y hay que trabajar ese pensamiento, emoción, sentimiento.
Entre las fuentes que he tenido que entrevistar, por obligación o selección, no hay nada más bonito que hablar con quienes están en un lugar, practican un oficio, estudian una profesión porque les gusta. Es muy gratificante toparme con esa gente en mi camino.
Recientemente conocí a Christiane, una señora de 53 años que lleva viviendo 32 en Lima y llegó acá con el afán de ayudar a los más necesitados. Fundó una asociación para niños cuyas madres trabajan fuera de casa, construyó una guardería que primero atendía a pocos niños pero luego su dedicación y entrega fueron los responsables de que cumpla más allá de sus sueños. Tiene una asociación, que tiene 32 años, en la que se atienden niños y padres de familia; brinda salud, educación, estimulación temprana y una serie de programas sociales que ayudan a los más vulnerables.
Chicho es otra persona que tuve la bendición de conocer. Con sus 50 y tantos años administra una escuela de surf en Huanchaco al norte de Perú. Además de brindar clases de surf, fabrica tablas y dibuja en ellas diseños que él mismo elabora. Puede sonar un simple oficio pero la actitud de él hace la diferencia. Aunque el agua de mar esté fría, aunque él esté cansado porque no durmió bien, aunque no haya podido desayunar porque su lección de surf es a las 8 de la mañana, igual pone todo su empeño en su trabajo. Me repitió que está consciente que debe perpetuar el surf en esa playa porque él cree que el deporte de dominar las olas, nació ahí.
Qué bueno es poder levantarte un lunes y no tener que lamentarte por ir al trabajo.
Mente en blanco
Cuántas veces he querido tener el blog como una extensión de mi cerebro para poder escribir y captar cada cosa que observo, leo, oigo o llega a mí por alguno de mis sentidos. Ahora que tengo un poco de tiempo, que me lo he dado, me siento frente a este espacio en blanco, este nuevo post y quiero escribir de tantas cosas, creo que quiero hacerlo pero mi mente se borra y siento que no hay cosas relevantes que compartir. Quisiera poder tener post-its mentales.
La que se aprovecha de un derecho
El otro día regresaba a casa en el Metropolitano y fue testigo de una escena tragicómica. De trágica no sé qué tiene pero sé que no es cien por ciento cómica por eso algo de amargo hay detrás. Había mucha gente, era hora pico y yo, yo estaba parada sostenida de un gancho de los que cuelgan del tubo en el techo. Vi como una mujer de contextura gruesa, no obesa solo panzona, se acercó a un señor que conversaba con su pareja -los dos ocupaban las sillas- y lo miró inquisidoramente. Sin dudar expresó con tono exigente le ordenó que le dé el asiento. El señor alzó la mirada y tardó un par de minutos en reaccionar, no entendía (al igual que yo) porqué debía darle el asiento. Claro, es mujer y bueno en esta sociedad las mujeres deberían tener más derechos y tal, pero no, la actitud de la mujer era como si fuese una obligación ceder el puesto. Entonces fue que tanto él (como yo) dedujimos que estaba embarazada. Yo no deduje la verdad, noté que no era barriga de embarazo y también noté que ella se había aprovechado de su condición de gordura (sin ánimo de crueldad u ofender). El hombre se paró y cedió el puesto pero muy contra su voluntad, su rostro denotaba que estaba indignado. Siguió conversando con su "chica", él de pie, ella sentada a lado de esta mujer que fingió embarazo.
Las combis, los cobradores y otras hierbas
Debo confesar que en Guayaquil mi medio de transporte se limita al taxi o carro particular, muy pocas veces me movilicé en buses y unas cuantas en Metrovía. En Lima, mi transporte diario es el Metropolitano, equivalente a la Metrovía y cuando debo ir a otros destinos más cercanos, utilizo el combi, que es el equivalente a un bus en Ecuador, pero de los medianos o pequeños, una especie de selectivo.
Debo confesar, también, que si tengo la opción de coger taxi, prefiero la combi porque es mucho más entretenido. He vivido una serie de experiencias que más de una vez han sido motivo para que parezca un bicho raro entre la gente malhumorada que se empuja en este transporte estrecho, que no respeta al peatón, ni a los pasajeros del bus, ni se detiene completamente, solo desacelera, para recoger a nuevos pasajeros, ni, ni, ni... sé que muchos entienden de lo que hable. Este medio de transporte popular al que todos estamos acostumbrados, vivimos quejándonos pero son un mal necesario porque nos movilizan de un sitio a otro.
El otro día subí a una combi y noté que estaba lleno, no había asientos y habían unas cinco personas paradas, al igual que yo, que se sostenían del tubo en el techo. Faltaban unas diez cuadras para llegar a mi parada, pero claro es un combi que para en cada esquina, y que si le toca luz verde, retrasa su "recolección" de pasajeros para poder quedarse más tiempo en el próximo color rojo, eso implicaban unos ¿15 minutos? no lo sé. El asunto es que, conmigo como pasajera, el bus ya estaba lleno. Eso no le importó al impulsador (ya hablaré de él) quién seguía invitando a posibles pasajeros a usar el transporte; se subieron diez más, diez! Todavía no entiendo cómo entrábamos, la gente se apretaba, se insultaba con el impulsador, y yo, fresca como una lechuga porque me sentía más que pasajera, espectadora del pseudo espectáculo.
En la combi pocos respetan el derecho de los ancianos, embarazadas y mujeres con niños. Me ha tocado ver peleas, gritos o encuentros entre el que no quiere ceder su puesto y el que lo exige con un tono de orden, poco respetuoso.
El impulsador
"Arequipa, toda Arequipa, Tacna, Tacna", es el discurso que repite durante más de 12 horas un hombre con fuerte voz pero baja estatura. Nunca se sienta, siempre está entre las escaleras de la combi y la calle. Sí, de la calle. En cada luz roja aprovecha el momento para ser un promotor de la combi. Te insiste, hasta la fatiga, que utilices el servicio, que te subas, que te subas, que te subas. No hay más. Es que no tiene nada más que decir que la ruta. Si te subes, lo ves repetir este patrón a lo largo del recorrido en el que, también, dice "pasaje, pasaje" y camina por el estrecho corredor entre los asientos y cobra el sol o sol cincuenta que cuesta el recorrido. Entrega un pequeño ticket, de papel periódico, que indica el precio de la tarifa. Mientras recibe las monedas camina de vuelta a la puerta y comienza a gritar, nuevo, Arequipa Arequipa. Se baja y ahora recibe un papel de una señora, rellenita, que lo espera en la esquina. A cambio, él le entrega unas cuantas monedas, ella, en cambio, es encargada de anotar los minutos exactos en los que se detiene cada combi, con qué número de minutos después llega el siguiente transporte. Es una competencia de buses cuya meta es captar la mayor cantidad de pasajeros sin importar que ellos suban al bus cuando esté detenido, sin importar que estén parados asfixiándose, sin importar nada.
Es su chamba, el impulsador gana entre 15 y 20 soles al día y debe gritar, pararse, subir, bajar, saltar, caminar, gritar más por más de 12 horas. Es su chamba.
Debo confesar, también, que si tengo la opción de coger taxi, prefiero la combi porque es mucho más entretenido. He vivido una serie de experiencias que más de una vez han sido motivo para que parezca un bicho raro entre la gente malhumorada que se empuja en este transporte estrecho, que no respeta al peatón, ni a los pasajeros del bus, ni se detiene completamente, solo desacelera, para recoger a nuevos pasajeros, ni, ni, ni... sé que muchos entienden de lo que hable. Este medio de transporte popular al que todos estamos acostumbrados, vivimos quejándonos pero son un mal necesario porque nos movilizan de un sitio a otro.
El otro día subí a una combi y noté que estaba lleno, no había asientos y habían unas cinco personas paradas, al igual que yo, que se sostenían del tubo en el techo. Faltaban unas diez cuadras para llegar a mi parada, pero claro es un combi que para en cada esquina, y que si le toca luz verde, retrasa su "recolección" de pasajeros para poder quedarse más tiempo en el próximo color rojo, eso implicaban unos ¿15 minutos? no lo sé. El asunto es que, conmigo como pasajera, el bus ya estaba lleno. Eso no le importó al impulsador (ya hablaré de él) quién seguía invitando a posibles pasajeros a usar el transporte; se subieron diez más, diez! Todavía no entiendo cómo entrábamos, la gente se apretaba, se insultaba con el impulsador, y yo, fresca como una lechuga porque me sentía más que pasajera, espectadora del pseudo espectáculo.
En la combi pocos respetan el derecho de los ancianos, embarazadas y mujeres con niños. Me ha tocado ver peleas, gritos o encuentros entre el que no quiere ceder su puesto y el que lo exige con un tono de orden, poco respetuoso.
El impulsador
"Arequipa, toda Arequipa, Tacna, Tacna", es el discurso que repite durante más de 12 horas un hombre con fuerte voz pero baja estatura. Nunca se sienta, siempre está entre las escaleras de la combi y la calle. Sí, de la calle. En cada luz roja aprovecha el momento para ser un promotor de la combi. Te insiste, hasta la fatiga, que utilices el servicio, que te subas, que te subas, que te subas. No hay más. Es que no tiene nada más que decir que la ruta. Si te subes, lo ves repetir este patrón a lo largo del recorrido en el que, también, dice "pasaje, pasaje" y camina por el estrecho corredor entre los asientos y cobra el sol o sol cincuenta que cuesta el recorrido. Entrega un pequeño ticket, de papel periódico, que indica el precio de la tarifa. Mientras recibe las monedas camina de vuelta a la puerta y comienza a gritar, nuevo, Arequipa Arequipa. Se baja y ahora recibe un papel de una señora, rellenita, que lo espera en la esquina. A cambio, él le entrega unas cuantas monedas, ella, en cambio, es encargada de anotar los minutos exactos en los que se detiene cada combi, con qué número de minutos después llega el siguiente transporte. Es una competencia de buses cuya meta es captar la mayor cantidad de pasajeros sin importar que ellos suban al bus cuando esté detenido, sin importar que estén parados asfixiándose, sin importar nada.
Es su chamba, el impulsador gana entre 15 y 20 soles al día y debe gritar, pararse, subir, bajar, saltar, caminar, gritar más por más de 12 horas. Es su chamba.
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