martes, 5 de abril de 2011

¿Por qué escribo?

Me hice esa pregunta y de hecho la contesté en papel, en una de esas páginas de un cuaderno que ahora llevo siempre para anotar las ideas que surgen en los momentos menos inesperados. Miré atrás y recordé la razón principal por la que elegí la profesión. La razón que he repetido hasta el cansancio en este blog pero que aún así siempre me gusta recordarla para reafirmar que estoy en el camino que quiero y disfruto. Estoy ejerciendo el periodismo porque creo firmemente que es una herramienta que me permite llegar a las personas que más lo necesitan y una vez que llego,poder ser un puente entre ellas y el poder (de la naturaleza que sea). Ejercí ese tipo de periodismo casi un año, y lo amé. Pero ahora es distinto, desde esa experiencia ya no he podido cubrir ese tipo de temas. Los medios por lo general no los incluyen en las agendas, prefieren dedicar espacio a publicaciones más superfluas o sobre cualquier tema que venda.

Entonces cuando me hice esa pregunta y vi que hoy, y desde algún tiempo atrás, no escribo para ayudar -por decirlo de una forma- a los demás, me repregunté entonces porqué lo hago. La respuesta o las respuestas surgieron cuando recordé los últimos temas que he escrito en el último año; entre esos elegí los que más me habían gustado reportear y escribir entonces coincidió en que gran parte eran perfiles, entrevistas o historias de vida. De alguna manera hablaban de otra persona que, según mi criterio, son valiosas. Descubrí entonces que esa es otra de mis motivaciones en el periodismo: mostrar, resaltar, rescatar aquellas historias de quienes han llevado o llevan una vida al servicio de los demás. Claro, eso sí, en el proceso descubrí que no disfruto entrevistar a un empresario o alguien cuya motivación en la vida sea egoísta. No quiero generalizar ni decir que los hombres de negocios son todos egoístas pero en el fondo para mí quien dedique su vida a hacer una actividad que le guste pero que con el dinero que gana se lucre y "nada más", lo es.

Quiero recalcar que cuando digo una persona que dedica un servicio a los demás no me refiero únicamente a ayuda social si no que hay una serie de actividades que realiza el ser humano en las que transmite toda su pasión por lo que hace, y la comparte. Eso me parece, también, demasiado valioso.

Un sencillo ejemplo es un chico que conocí hace un par de días. Es un cuentacuentos. Tiene 35 años y hace 7 se dio cuenta que le apasionaba el tema de la narración oral. Sé que debería aprovechar este espacio para escribir una crónica sobre él y lo que viví, pero afortunadamente cuando propuse el tema en el diario lo aceptaron entonces pronto se publicará, ojalá me acuerde de postearlo. Este chico me contó cómo descubrió que a través de contar cuentos podía ayudar a los demás, que era terapéutico y podía aplicarse a públicos desde niños pequeños hasta viejitos.

Entre las anécdotas que me contó hubo una que me marcó más. Hace un par de años una ONG lo contrató para que trabaje con un pueblo de Chincha luego de que una zona del Perú había sido afectado por un terremoto. Él asistió durante un año todos los domingos. Brindó un taller a un grupo de niños y entre las actividades les pidió que escriban un cuento, una historia, la que ellos quieran, y un niño escribió algo así:

"Había una vez una rosa que estaba en el medio del desierto y se moría de sed. No había agua alrededor ni cómo conseguirla. Un buen día vio pasar a una nube y le pidió de la mejor manera que por favor llueva sobre ella, que tenía muchísima sed. La nube le respondió que ahora no que estaba ocupada y llegaba tarde a una reunión de nubes. Y se fue. Pasaron un par de horas y la nube recapacitó y regresó a darle agua a la rosa. Cuando regresó, la rosa estaba muerta".

José Antonio, el cuentacuentos, me comentó que el niño escribió esa historia inspirándose en su experiencia: había pasado ya más de una vez que cuando llegaban los camiones de ayuda con donaciones, los niños salían corriendo de sus casas con la expectativa, pero los camiones no paraban sino que seguían recto. Eso, de alguna manera, traumó al chiquillo que pudo, meses después desahogarse sobre su experiencia, a través de un cuento, gracias al chico que llegó hasta ahí y compartió momentos que permitieron que el niño confíe en él y comparta esa experiencia.

De esas historias de vida hablo, creo que podría escribirlas toda la vida. Creo que en cada esquina las hay pero también creo que el público al que le interesa conocerlas no es tan grande. Ojalá crezca, sino tendré que seguir escribiendo para mí y bueno para el que caiga en estas líneas.

2 comentarios:

Gabriela Jiménez S. dijo...

Soy parte del público al que le gusta leer las historias que se encuentran en la vereda y afortunadísimamente también soy parte del grupo que lleva un cuaderno y lapicero a cuestas para anotar lo que encuentro por ahí. En nuestra profesión encontramos tanta gente dispuesta a contar su historia a un desconocido (nosotras), que algunas veces me digo: la gente tiene tantas ganas de ser escuchada, de conversar... porque generalmente la pregunta que acompaña al saludo "Hola, ¿cómo estás?", nunca espera una respuesta... Creo que el público que disfruta de escuchar esas respuestas está creciendo... y es nuestro deber atraer a más personas interesadas en el otro. Sigue escribiendo, para ti, para mí, para el que quiera...
Un abrazo :)

Ghiovani Hinojosa dijo...

Qué bueno que estés examinando las razones por las que escribes, que estés hurgando en tu propio yo. Es un ejercicio que, me da la impresión, muchos periodistas no hacen, pero que es crucial para enrumbar nuestra labor. Qué noble la idea de resaltar las historias de personas que ayudan a los demás; entiendo que para ti es una suerte de plan B ahora que no puedes ayudar más directamente. Yo confío en que este tipo de relatos motiva a los lectores; mucho depende de la creatividad con que estén planteados. Saludos.