El tema era serio. Un grupo de funerarias del país se quejan que desde que el Ministerio de Inclusión Económica y Social incluyó los servicios exequiales para los beneficiarios del Bono de Desarrollo Humano, ellos pierden plata.
Una hora de conversación con tres dueños de funerarias. Entre ellos se interrumpían para explicar mejor la situación. Yo escuchaba paciente. Ellos no dejaban de agregar detalles al asunto. Total seriedad.
Apago mi grabadora, cierro la libreta, me levanto y extiendo la mano. "Espérese que pedí al vecino que nos haga unos juguitos". Entra el dueño de "la fuente de soda" de un sector del sur de Quito, con una bandeja y tres ¿batidos? king-size. Para mí, para el fotógrafo, para el chofer. Mientras tomamos la bebida de cortesía la seriedad se empieza a desbaratar.
"Si supiera niña todo lo que yo veo en los funerales", comienza Pablo. Sus manos regordetas con resto de goma acompañan sus gestos caricaturescos. Y continúa: "Hace poco fui a entregar los servicios a una familia bien humilde en el campo. Un señor se había muerto y su esposa no dejaba de sollozar. Lloraba y lloraba arrodillada frente al ataúd, no había quién la consuele". Pablo imita el llanto de la señora que describe como indígena, de campo, humilde, pequeña, muy triste. Él ríe mientras imita el llanto pero su actuación es tal que sus dos amigos funerarios, el chofer y el fotógrafo se ahogan en risas. Yo sonrío para no ser descortés pero no comparto la desgracia de la señora.
"Espere señorita" me dice al ver que no me río. "Es que la historia termina...ya va a ver"...Me cuenta que la señora lloraba y lloraba y entre lágrimas ni se le entendía lo que quería decir, solo al final dijo que nunca se iba a olvidar las últimas palabras de su marido antes de morir..."no mueves el andamio, sosténlo bien india bruta". Las risas vuelven a invadir el pequeño cuarto rodeado de ataúdes, y Pablo continúa diciéndome que esa es solo una de sus historias, que tiene miles...
La otra vez fue a un funeral pelucón, dice, la viuda tenía unas gafas que parecían para soldar, de esas grandotas, apenas dos lágrimas derramó durante la hora y media de ceremonia, dos lágrimas que secó con un minúsculo pañuelo que sacó de su minúscula cartera. Mientras cuenta, Pablo actúa la escena. De nuevo los cinco hombres que escuchan la historia se mofan de la tragedia.
Yo sonrío, insisto, me cuesta burlarme de eso. Pero Pablo me mira y me dice "Señorita, este es mi trabajo, si no me río de estas cosas, ¿entonces cómo me divierto?"
1 comentario:
Interesante lectura...
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