viernes, 17 de septiembre de 2010

Crudo pero cierto

Han pasado varios meses, tal vez ya un año desde esta experiencia por eso los detalles creo que no serán igual de claros como si los hubiera escrito en ese momento.

Visité la Penitenciaría del Litoral, comunmente llamada la cárcel de hombres de Guayaquil. Fui porque supe que en un pabellón un empleado de la cárcel -que había comenzado como supervisor- había implementado una serie de talleres para capacitar a los reos en Derechos Humanos. Me encontré con el señor en el exterior del lugar, pero como se demoró en llegar tuve tiempo para observar mi alrededor. La cárcel está ubicada en plena Vía Perimetral, donde priman los buses y camiones y todos los autos creen que es una pista de carrera por las altas velocidades a las que conducen sus choferes. Entre la carretera y las rejas el espacio es mediano, suficiente para que afuera de las rejas y a lo largo de la pared que cubre la Penitenciaría, se forme una fila de unas cincuenta mujeres.

Eran las esposas, novias, mamás, tías o "algo" de los presos. Algunas con algún paquete en sus manos, otras soteniendo a bebés o tomando de la mano a niños pequeños. Era el día de visita y sus rostros de ansiedad revelaban la impaciencia de esperar ese momento de encuentro. En la entrada un chequeo obligatorio: revisar qué lleva en las manos y tantear si lleva algo prohibido en la ropa.

Cuando llegó el entrevistado, cruzamos la puerta donde observé de cerca estas precauciones que toman los guardias con las visitas. Como era la época que la gripe porcina estaba en auge, me tomaron la temperatura y con una paleta en mi lengua el doctor verificó que estaba sana y me dejó pasar. Luego de esa garita caminé por unos cinco minutos hasta llegar al edificio que por fuera parecía de una estructura sencilla pero al entrar noté que estaba dividido de una manera extraña, por pabellones.

Era mi primera vez en la cárcel, había oído a colegas contar sobre la organización interna. Que existen muchas mafias, que cada pabellón se diferencia muchísimo de otro porque depende de cómo se lleven los prisioneros de cada uno. Que no hay uniformidad sino desorden. Varios rumores que confirmé pero un aspecto que jamás había consultado y que de hecho jamás había considerado era sobre las celdas. Yo creía que ellos estaban tras las rejas todo el tiempo o al menos había más control sobre aquello. Me equivoqué.

Cuando me di cuenta que la entrada -como lobby- del edificio había terminado, divisé un gran corredor enfrente mío. Un poco oscuro porque la luz solo entraba a través de unas ventanas pequeñas y unas puertas que aparecían a los lados cada 200 metros. Entré y noté que habían muchos hombres a lo largo del corredor, unos parados, otros sentados, solos, en compañía, riendo, fumando...algunos me miraban fijamente, otros sonreían. Yo caminaba en medio del entrevistado -un tipo bajito (de no más de 1,65 metros), regordete, tez canela, con lentes, vestido de terno- y el fotógrafo que me acompañaba -metro ochenta y pico quizás, de aspecto fuerte-. De cualquier forma me sentía segura, no por ellos, aunque estoy segura que jamás podría haber atravesado ese corredor sola, pero por dentro estaba convencida que nada me iba a pasar solo que no pude ocultar mi sorpresa al notar que todos los que me rodeaban eran presos que quién sabe porqué pero estaban ahí como si nadie los estuviera controlando.

La caminata por ese pasillo se hizo eterna. Los olores me mareaban: orine, basura, caca, marihuana, fritada, grajo. Mientras avanzaba los iba distinguiendo y me sorprendió como en un espacio no tan extenso puedan pasar tantas cosas. Finalmente entramos por una de las puertas laterales. El entrevistado me explicó que era el pabellón donde el instruía a los reos en DDHH. El ambiente allí cambio, el olor mejoró y hasta entraba más luz.

Luego de entrevistar al señor, me presentó a un par de miembros de ese pabellón. Uno de ellos se empeñó en contarme su historia. Era actor de teatro y me confesó que habúa actuado con Osvaldo Segura, algo que por la forma en que lo contó, lo enorgullecía mucho. Había llegado ahí por mula, pero no era la primera vez que lo hacía, de hecho me juró que nunca se hubiera imaginado que lo iban a atrapar. Narró una historia que, al salir de ahí mientras regresaba a la revista, me pareció muy exagerada para ser real. Vivía en España, luego de algunos viajes como mula había logrado acentarse en Madrid donde tenia un piso, incluso un carro y -según él- gozaba de un digno nivel de vida. Fue inevitable sentirme extraña, la empatía floreció en mí como en miles de casos. Pero hubo un momento que me marcó más y fue cuando me confesó que él lo volvería a hacer, que ahora conocía en qué había fallado y que ahora sí no lo iban a coger jamás. Sentí frustración e intenté explicarle que estaba equivocado, me escuchó y entre las cosas que me respondió fue que llevaba ya mucho tiempo ahí y que quizás estaba enloqueciendo pero que en realidad daría lo que sea por salir y si lo lograba jamás quisiera regresar. Sentimientos encontrados, en él quien estaba más confundido que yo.

Fue una tarde muy intensa, extraña. Además de él, conversé con otros más quienes compartieron anécdotas de sus vidas. Eran las 11h45 y el dirigente me ofreció comida y a pesar de que me negué agradeciendo, a los 10 minutos me sirvieron en un plato plástico, una montaña de arroz blanco junto con una ensalada de lechuga atún y cebolla. Con cuchara por supuesto y una servilleta improvisada al momento en base al papel higiénico. Comí sin hambre pero con educación. Agradecí la atención y el tiempo de todos y me marché.

Al regreso en el carro un desorden de sentimientos invadieron mi cabeza y corazón. No se publicó el artículo, no era un tema que encajaba en alguna sección. En estas líneas no he contado nada sobre el enfoque del reportaje en sí, quizás porque realmente de lo que me hubiera gustado escribir era sobre las historias de los reos no sobre un curso que ocupaba una fracción de su día y que a pesar de que los distraía a la larga no "cambiaba su vida" como afirmó en algún momento mi entrevista. Crudo, triste pero cierto.

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