Gitana o nómada. Recibo los calificativos con dosis de humor. Sé que ninguno tiene carga ofensiva pero sé también que quienes lo repiten no comparten mi decisión de moverme constantemente. Guayaquil, Lima, Quito; he dividido el año en estas tres ciudades.
“Qué pereza empacar y desempacar; qué pena hacer amigos y dejarlos al rato; qué feo perderte fechas importantes de tus seres queridos”. Este tipo de comentarios son los argumentos para convencerme que me quede en mi ciudad, que no me mueva, que me establezca de una vez. Cuando reviso esas frases supuestamente persuasivas, me doy cuenta que comparten una esencia: el miedo.
Lanzarse al vacío, temor a equivocarse, expectativas a lo desconocido, etc. Todas las ideas son creadas por la mente y así mismo, creo, deberían ser reemplazadas. No soy quién para convencer a otros a que den ese paso –irse a otro lado, radicarse temporalmente en otra ciudad- pero sí puedo compartir lo que significa para mí vivir en un lugar ajeno al que nací.
La perspectiva cambia, la mirada se vuelve ingenua, más auténtica; la sorpresa ante lo desconocido caracteriza cada día. Cuando lo nuevo se vuelve hábito, existe la opción de cambiar, de nuevo. Cambiar de rutas para llegar a un lugar, cambiar de medio de transporte, cambiar.
El miedo, creo, radica ahí. En esa transformación del orden establecido. Es cierto que el status quo brinda una suerte de seguridad, pero es un confort efímero que, aunque nos resistamos, se acabará alguna vez. Pensar que por esa sensación de no tener todo bajo control la gente deja de vivir estas experiencias.
Caminar por las calles desconocidas sin temor a perderme. Escuchar palabras nuevas, luego preguntar su significado y terminar –inconscientemente- empleándolas en mi vocabulario. Responder a un peatón una dirección que sorprendentemente sé y que no me he dado cuenta cuándo la aprendí. Descubrir detalles en las calles que pasas a diario, en las paredes que miras todos los días desde la ventana del bus. Conocer a personas con historias fascinantes, aprender de ellas, enseñarles cosas también.
Es refrescante y mágico. No es cansado ni aburrido. El hecho en sí, mudarse, es solamente un cambio más. Los prejuicios y demás obstáculos que las personas argumentan para no hacerlo les quitan una oportunidad que, considero, todos deberían vivir alguna vez.
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