martes, 24 de junio de 2014

Hackeada

O cómo la inseguridad informática te vuelve popular por un día 

Me levanté a las 6:30 de la mañana para tomar agua. Esa mala costumbre de tener sed todo el tiempo incluso mientras duermo. Vi por la ventana y todavía estaba oscuro pero recordé que el cielo en esta época de Buenos Aires tarda en aclararse. Agarré el celular para confirmar la hora y me topé con un mensaje de un amigo que me llamó la atención. Tanto, que decidí desbloquear el teléfono y verlo en vez de esperar –al menos una hora más- para levantarme. Felipe, que está en Nueva Zelanda de mitad turista mitad migrante, me había mandado una captura de pantalla de un correo electrónico que le había llegado desde mi Gmail.

MUY URGENTE!

Espero que esto te llegue a tiempo, hice un viaje a Liverpool, United Kingdom. Y se me fue robado el bolso con mi Pasaporte Internacional. Tarjetas de Crédito dentro. La Embajada está deseando ayudarme con dejarme tomar un vuelo sin mi Pasaporte, solo que tengo que pagar por el billete y cubrir las cuentas del Hotel. Para mi desgracia, no puedo acceder a mis fondos sin las tarjetas de crédito, ya contacte con mi Banco pero necesitan más tiempo para los procesos y así conseguirme uno nuevo. En esa inoportuna situación he pensado en pedirte un préstamo rápido de fondo que puedo devolverte tan pronto que regrese. Realmente necesito estar en el próximo vuelo.

Necesito como 2000 dólar para cubrir mis gastos. Money gram es la mejor manera de enviar dinero a mí. Yo no tengo acceso a las llamas telefónicas. Actualmente estoy usando una computadora de una biblioteca pública, por falta de fondos he tenido que abandonar el hotel. Por favor, dígame si debo enviar mi detalles en cómo hacer llegar los fondos a mí.

Espero ansiosamente tu respuesta.

Isabela Ponce Ycaza

Por suerte la gente que me conoce sabe que no hablo como Yoda o como gringa, y que comerme una tilde es tan grave como no iniciar una oración con mayúscula. El mensaje de Felipe me causó indignación. Zombie, prendí la computadora e intenté ingresar a mi correo. La contraseña era incorrecta. Mientras intentaba recuperarla con un proceso dizque híperseguro que tiene Google, me llegó otro mensaje de un amigo que está en Brasil, con quien había hablado la noche anterior y sabía perfectamente que yo estaba en Buenos Aires y no en Liverpool. La misma historia que con Felipe, solo que él, en vez de decirme “te hackearon”, lanzó la primera broma.

- “¿Estás bien?”, me escribió.
- “Claro, sabes que es hackeo”, contesté.
- “Ah no sé, es que ayer te decía que eres libre como el viento, peligrosa como el mar, creí que habías agarrado las maletas y te habías ido a Londres”, respondió.

Risas. Las primeras del día. No terminaba de despertarme y mi desgracia ya se opacaba (o iluminaba) por el humor. El siguiente mensaje de Whatsapp fue de una amiga del colegio, de esas que aunque ves una vez al año –o menos- le tienes mucho cariño y sabes que está ahí. Me dijo que se imaginaba que no era yo pero que de todas maneras quería saber si estaba bien. Mientras chateábamos, yo intentaba otra vez –inútilmente- recuperar mi clave. Por irresponsable o despistada no recordaba algunas de las preguntas que me hacían, ni siquiera el mes en que creé la cuenta (creo que el año sí lo recuerdo con precisión). Entonces le pedí a ella que revise cuál fue el primer correo que le mandé de ese Gmail. Me dio una fecha que yo sabía que no era real y luego compartió el contenido del correo. Recordamos esas épocas en las que teníamos una cadena de mails para hablar solo sobre ese chico que le gustaba de adolescente o de cuando nos graduamos del colegio y algunas amigas que migraron a estudiar nos mandaban fotos de sus nuevos apartamentos y hablaban de sus nuevas roomates gringas. Un recuerdo grato que me sacó, de nuevo, una sonrisa.

Enseguida hice lo que toda personan adicta a las redes sociales haría: tuitié mi desgracia.

Después de una hora y pico de intentar por tercera vez recuperar mi clave y no lograrlo, hice lo que probablemente pocas personas harían: me di la vuelta y seguí durmiendo. Me desperté después de cuarenta y cinco minutos y esta vez no solo el whatsapp tenía el mismo mensaje de advertencia o preocupación –de amigos, conocidos, fuentes periodísticas, familiares- sino también mi buzón de entrada de Facebook y un DM de Twitter que me desconcertó.

- “Estoy hablando con tus hackers”

Era Iván, una fuente que se convirtió en pana después de la primera y única entrevista que le hice. Él, intentando engañar al que engaña, contestó el correo y recibió una respuesta similar al primer mail. Con un español mocho y un cierre de “Quiero saber lo rápido que puede ser. Por favor mantenme informado. (Estoy agradecido)” el hacker daba una dirección en Liverpool y mi nombre como únicas referencias. Con ese segundo mail, Iván identificó el IP. “Están en Nigeria”, me dijo.

- “¿En qué momento me volví tan popular?”, pensé riéndome sola.

*** 

Por Twitter descubrí que a otra persona también le habían hackeado con el mismo mensaje. Recordé que una semana antes a mi amigo Pablo Fajardo le había pasado exactamente lo mismo. La tuitera también afectada es defensora de los Derechos Humanos, también amiga de Pablo. Por media hora pensé que había sido víctima de Chevron. Que la multinacional estaba detrás del robo de mi correo electrónico. Creo que cuando me terminé el café estuve lo suficientemente despierta para darme cuenta que mi idea era una estupidez, una estupidez graciosa.

A las 10:00 me reuní por Skype con un amigo en Quito que se ofreció a ayudarme con mi problema. Casi una hora de intentos fallidos. La conversación nos sirvió para recordar esa vez que él, como experimento social, se creó una cuenta en una red para encontrar pareja. Me contó que un amigo había salido con su seguidora virtual y que no le había ido mal hasta que él se enteró que tenía como trescientos seguidores y que, al parecer, salía con todos. Nos cagamos de risa por lo patético. Esos segundos de distracción me hacían olvidar que probablemente perdería toda la información que guardé durante unos cinco años, en vano.

La gente me seguía contactando por las vías posibles. Tengo planes de viajar a Londres este o el próximo año por eso recibí más de un mensaje de amigos y familia genuinamente preocupados por mí. Un amigo bromeó que son los hackers más creativos y atinados que ha conocido.

“Me debes 2000 dólares”
“Sabía que no eras tú, demasiados errores ortográficos”
“Ya decía yo, cómo viaja Isa”
“Ahí está por andar por la vida revelando tus claves. Llámalo a tu ex, él ha de ser”
“Creo que hackearon tu cuenta, ¿o estás en Liverpool chira?”
“Yo ya te deposité Isabela. Si necesitas algo avisa” (Alguien súper creíble que diga eso)
“Cuatro amigos míos se han ido a Liverpool y les robaron la billetera…¿no los conoces?”
“No era de que digas nada y te forrabas”.
“Pensé qué atrevida pidiéndome dinero después de tantos años”

Podría escribir todos los mensajes que recibí pero escogí mis favoritos, los que me sacaron más de una carcajada y me hicieron olvidar el amargo de saber que perdí mis contactos y esos correos que uno almacena con un cariño inexplicable. Mientras escribo esto, al final del día que pensé sería negro o al menos gris, sonrío porque reí más que ayer, hablé con gente que no conversaba hace años y recordé lo que el malgenio de la mañana volvía borroso: es solo una cuenta de mail.